martes, 18 de septiembre de 2007

EL VIENTRE DE LA BALLENA

EL VIENTRE DE LA BALLENA
(Drama en dos actos y cinco cuadros)
de : SARA STRASSBERG – DAYAN


"El vientre de la ballena" junto a "El rescoldo", traducida al hebreo por Tal Nitzan, fue premiada para su publicación en 1987 por ACUM
(Asociación de Compositores y Autores de Israel) y publicada en 1900 por la Editorial Reshafim de Tel Aviv)

PERSONAJES:

ROVIRA
LOPECITO
LILIANA
PILOTO-VIEJO
VIEJA

Copyright © Todos los derechos reservados
Esta obra no puede ser representada ni reproducida ni difundida por ningún medio de expresión sin la autorización de la autora
Sara16@zahav.net.il
Tel: 972-2-6769872 Fax: 972-057-7974779

ACTO 1

CUADRO 1: En un lugar extraño, grisáceo, que da al vacío de un lado y se prolonga hacia el otro más allá del escenario. A un costado, se amontonan en desorden objetos, maderas y otros restos irreconocibles. Caído de bruces se encuentra un hombre; a su lado, un sombrero de copa. Más allá, junto al borde que da al vacío, un hombrecito de apariencia humilde, correctamente vestido, parece estar tratando de enganchar algo con un palo, una cuerda y un alambre. A su lado, una valija. El hombre caído gime y empieza a incorporarse. Mira a su alrededor, perplejo. Está descalzo, viste los restos de un smoking, se ve parte de la pechera almidonada de la camisa con un moñito al cuello; sus pantalones están rotos. El hombrecito escucha su gemido y se vuelve.

HOMBRECITO: Ah, ¿ya despertó? Me alegro. Creí que no iba a lograrlo. (El otro lo mira sin decir nada.) ¿Cómo se siente? (El otro no contesta. Le mira los pies.) Debe de tener frío, claro. Espere, tiene que abrigarse, si no, se va a enfermar. A ver… (Abre su valija, busca un tiempo, saca algunos objetos y, por fin, un par de medias gruesas de colores chillones.) Tome, no son muy finas, pero… (El otro, como atontado, se las pone. El hombrecito ordena los objetos de la valija; se le escapa una pelota de fútbol que el otro ataja, automáticamente. Va a buscarla.) Ah, perdone. (La guarda.) Era de mi hijo…, siempre la llevo conmigo. Por suerte, pude traer también la valija. (Mira al otro con curiosidad.) ¿Usted no pudo traer nada? (El otro lo mira, extrañado y, de pronto, toma el sombrero de copa y lo rodea con sus brazos.) ¡Ah, ya veo! (Pausa) ¿Quiere un cigarrillo? (Le ofrece. El otro niega con la cabeza.) Qué cosa, ¿no? (Se sienta donde puede.) ¿Quién hubiera creído que iba a ser de este modo? ¿Usted se lo imaginaba así?
HOMBRE: ¿Así?…, ¿qué?
HOMBRECITO: Esto, claro. Yo, no. (Dobla con cuidado una blusa de mujer; la señala.) Se la llevaba a una señora, una vecina, muy buena clienta; me la había pedido especialmente en este color. Imagínese que me tuve que ir hasta Buenos Aires para conseguírsela. Soy viajante, ¿sabe?, y uno tiene que cumplir con los clientes buenos, hacer cualquier cosa para darles el gusto. (Fuma tranquilo.) Yo estaba en el camino, volviendo al pueblo, cuando me agarró esto. ¡Qué cosa! (Durante un tiempo calla. Como para sí.) ¡De modo que es así! ¡Quién lo iba a decir!
HOMBRE: (Enojándose.) ¿Qué es así?
HOMBRECITO: El asunto.
HOMBRE: Ah, el asunto. (Pausa larga).
HOMBRECITO: ¿Sabe cómo creía yo que iba a ser? A veces trataba de imaginármelo y me parecía…,usted nunca se lo imaginó?
HOMBRE: (Seco.) Yo nunca imagino nada.
HOMBRECITO: Yo cerraba los ojos y veía una gran mancha negra que iba creciendo y de repente se abría y saltaban fuegos rojos, verdes y amarillos que lo tragaban todo.
HOMBRE: ¿Una mancha negra…, y fuegos rojos?
HOMBRECITO: Sí. Otras veces, era como estar dentro de un enorme globo transparente y que todos estábamos ahí, tratando de respirar, y el aire se iba acabando, y se veían unas gotitas de agua pegadas en la pared del globo, cada vez más gotitas, hasta que al final estallaba y ya no sentíamos nada más.
HOMBRE: ¿Un globo transparente…, y gotitas, eh?
HOMBRECITO: La cosa es cuánto resistiremos.
HOMBRE: ¿Cuánto resistiremos?
HOMBRECITO: Sí.
HOMBRE: (Estallando.) Pero, ¿me quiere usted decir qué diablos significa esto?, ¿qué es este lugar?, ¿por qué estamos aquí?, ¿quién es usted?, ¿y dónde está toda la gente?
HOMBRECITO: (Sorprendido, interrumpe su tarea de ordenar la valija.) ¿Es que usted…, no lo sabe?
HOMBRE: Yo sólo sé, mi estimado señor… viajante, o lo que sea, que yo estaba hablando en la fiesta de inauguración de la última sucursal de mi empresa, recién habían descubierto mi retrato, y yo había empezado a pronunciar mi discurso cuando, de repente, todo se puso oscuro…, y ahora, me despierto en no sé qué extraño lugar de la tierra, con alguien que dice cosas que no entiendo.
HOMBRECITO: (Triste, niega con la cabeza.) No.
HOMBRE: ¿Qué, no?
HOMBRECITO: Este no es un lugar de la tierra.
HOMBRE: ¿Qué?
HOMBRECITO: Ya no hay tierra.
HOMBRE: ¡Usted está loco!
HOMBRECITO: Yo tampoco podía creerlo al principio, después comprendí.
HOMBRE: ¿Usted quiere decir…?
HOMBRECITO: (Se miran intensamente.) Sí.
HOMBRE: ¡No puede ser! Esto debe ser algún desierto o… (Se levanta y corre hacia un lado, casi cae al vacío).
HOMBRECITO: ¡Cuidado! Un paso más y… (El otro corre hacia el otro lado y tropieza con los objetos.) Es muy difícil pasar, y no creo que valga la pena. Todo parece igual a esto. Además, fíjese. (Toca el material.) Esto no es tierra, es como una nube…, algo así.
HOMBRE: (Volviendo.) Pero, ¿entonces…?
HOMBRECITO: No sé. Debe de haber estallado alguna de esas cosas…, y después, vaya usted a saber. (Cierra la valija y se levanta; el otro se le enfrenta).
HOMBRE: Usted quiere decir…, no, vamos…, encima hacer bromas…, ya me doy cuenta…, esto es un secuestro, ¿no?, y usted debe ser el guardián. (Ríe.) Claro, ya veo; pero no, le aseguro que no les va a resultar, amigo; tenía previsto algo así, no van a ver un centavo mío. Mis empleados tienen órdenes precisas para un caso así, ¿me entiende?
HOMBRECITO: No, le aseguro que no es un secuestro. Ojalá lo fuera.
HOMBRE: Pero, ¿usted quiere decir en serio que…, que la tierra se terminó?
HOMBRECITO: Mire, yo no entiendo de esas cosas, señor…, pero me imagino que algo debe de haber salido mal, y entonces…
HOMBRE: (Estupefacto.) ¿Y nosotros? (El hombrecito se encoge de hombros.) ¿Estamos vivos?
HOMBRECITO: (Duda.) No sé. Quizá sí…, aunque quizás…, ¿quién puede saberlo?
HOMBRE: No, no puede ser. Debe de ser una equivocación.
HOMBRECITO: Si, seguramente alguien se equivocó. En fin, qué le vamos a hacer; yo siempre digo que hay que aguantar lo que venga y seguir tirando, señor… señor…
HOMBRE: Rovira, Claudio Rovira.
HOMBRECITO: (Le da la mano, contento.) Yo soy López, pero todos me dicen Lopecito; a sus órdenes. (Recoge el palo y la cuerda y los arregla; va a sentarse para seguir con su ocupación, pero el otro se lo impide).
ROVIRA: (Rogando.) Señor López…, Lopecito…, escúcheme, no más bromas, ¿me entiende? Nos vamos a arreglar, se lo aseguro. Lo que le dije antes no es cierto; les daré dinero, todo lo que quieran, soy muy rico, pidan lo que se les antoje. No me importa pagar, pero basta de juegos; vea, soy un hombre de negocios, no puedo perder el tiempo así, cada minuto mío es importante. (Ve que el otro niega con la cabeza.) ¿No?
HOMBRECITO: (Compadecido.) No es un secuestro. En serio. Usted dice que tiene dinero, está bien. Pero entonces, ¿para qué me iban a secuestrar a mí? Yo no tengo dónde caerme muerto. (Se da cuenta de lo que dijo y ríe.) Qué frase más tonta, ¿no? Mire, señor… Rovira; lo mejor es… esperar. Además, no podemos hacer otra cosa, ¿no? En una de esas, sí es un secuestro o algo así. Pero, ¿qué podemos hacer hasta que las cosas se aclaren? Sólo tratar de instalarnos un poco mejor. Tendríamos que hacer un refugio; no sé, algo para protegernos; y cuidarnos de esas grietas que cada vez son más grandes, ¿las vio? (Le muestra.) para no caernos; no creo que nos falte trabajo. (El otro lo mira, desconsolado.) Yo creo que habría que pensar que estamos arriba de una balsa, en el mar, como si fuéramos náufragos, o algo así, esperando que vengan a buscarnos, ¿entiende?
ROVIRA: ¿Y no hay…, no hay nadie más?
LOPECITO: (Niega con la cabeza.) Yo sólo lo encontré a usted. Estaba ahí lejos, flotando, menos mal que lo pude alcanzar con esto. (Muestra la cuerda.) Y lo traje hasta aquí. (Ríe forzadamente.) La verdad es que casi lo dejo ir cuando lo Vd.; estaba todo azul. Suerte que probé de reanimarlo, ¿no? (Toma la cuerda.) Voy a ver si puedo enganchar alguna otra cosa que nos sirva; hay cantidades de objetos flotando por todos lados. Si quiere, busque algún palo; por ese lado hay unos cuantos…, y ayúdeme. (Algo cae sobre él, se aparta de un salto.) Y cuídese de estas cosas; caen en cualquier momento; ¡mientras no nos den en la cabeza! (Ríe.) Sería gracioso haberse salvado de aquello, para caer en…, bueno, usted me entiende, ¿no? ¡Sería gracioso!
ROVIRA: (Ríe histéricamente.) Sería gracioso, claro. ¡Muy gracioso! (Tose; está temblando de frío; Lopecito se da cuenta).
LOPECITO: Pero usted se va a enfermar si sigue así…, vamos a ver. (Abre nuevamente la valija y busca.) Menos mal que nosotros llevamos de todo en nuestro trabajo. A ver…, a ver…, no, zapatos no me quedan, ¡qué lástima! (Le mira los pies y se acerca para comparar sus pies con los del otro).
ROVIRA: ¿Qué hace?
LOPECITO: No, son más grandes. Si no, le daba los míos, pero le van a quedar chicos, ¿sabe? (Saca de la valija la blusa de mujer.) ¿Por qué no se pone esto?, no será muy elegante, pero lo abrigará. Tome.
ROVIRA: (Furioso, tira la blusa.) ¡No, no quiero! ¡No aguanto más! ¿Usted sabe quién soy yo?, ¡no me pueden hacer esto a mí!, ¡no me pueden tratar de este modo! ¡No lo acepto! ¡Soy Claudio Rovira! ¡Soy Claudio Rovira! (El otro lo mira, indiferente, y levanta serenamente la blusa.) ¿No oyó nunca mi nombre? (El otro niega despaciosamente con la cabeza.) ¡No puede ser! ¿De dónde es usted?
LOPECITO: Bueno, yo soy un poco de todos lados; y hago un poco de todo. Últimamente, vivía en la Argentina, América del Sur, ¿sabe? (El otro asiente).
ROVIRA: ¡¿A mí me va a decir?! Yo soy de Buenos Aires.
LOPECITO: ¡No diga!, ¡mire qué coincidencia!, yo estoy viviendo ahora en un pueblito, a tres horas de Buenos Aires. (Se sienta y recuerda, feliz.) Un pueblito tranquilo…, poca gente…, un cielo muy azul…, y un río. (Cierra los ojos, evocando.) Cuando uno va a pescar, se ve a los peces saltando entre las piedras, tan transparente es el agua…, y el sol, ¡se lo ve tan hermoso!
ROVIRA: (Furioso.) Déjese de idioteces, ¿quiere?, ¡qué me importa a mí de sus peces, de su río, o de su sol! ¡Usted es un desgraciado, claro, un pobre diablo!; ¿cómo puede entender que un hombre como yo no puede soportar esto!, que… (Se sobresalta.) ¿Cuánto tiempo hace que estamos aquí?
LOPECITO: No sé. Mi reloj se rompió. ¿Y el suyo?
ROVIRA: (Muestra su muñeca vacía.) Se debe de haber caído.
LOPECITO: Y aquí la luz no cambia, ya me fijé…, vaya a saber si es de noche o de día si no se ve nunca el sol.
ROVIRA: Hay que hacer un reloj, no se puede estar así. ¡Nos volveremos locos!
LOPECITO: Como usted quiera, señor Rovira. (Se levanta y toma la cuerda).
ROVIRA: ¿Dónde va?
LOPECITO: Ya le dije, a ver si encuentro algo que nos venga bien.
ROVIRA: Señor López…
LOPECITO: Dígame Lopecito, como todo el mundo.
ROVIRA: No me gustan esas familiaridades. (Se para.) Espere, voy con usted. (Se escucha un ruido muy fuerte; los dos se asustan.) ¿Qué es eso?
LOPECITO: Ya pasó antes, cuando cayeron esas cajas que hay por ahí.
ROVIRA: (Gritando.) ¡Esto se mueve!
LOPECITO: (Toma la valija.) ¡Quizás empieza otra vez! (El otro se le acerca más. APAGÓN; ruido de algo que cae y, de a poco, nuevamente luz. En el centro ha caído un paracaidista con su equipo completo. Rovira y Lopecito, muy asustados todavía, se le acercan con precaución. El paracaidista se quita el equipo y, sonriente, se encara con ellos).
PILOTO: ¡Hola! (Como no le contestan, asustados, prueba en varios idiomas, inglés, ruso, holandés, chino, japonés, hasta volver al castellano.) ¡Hola!
LOPECITO: ¡Hola!
PILOTO: (Muy emocionado, les estrecha las manos.) Me alegro mucho de encontrarlos. Son los primeros, ¿saben? (Toca con un pie una parte del lugar que da al vacío y que se desprende.) ¡Caramba, qué frágil es esto! (Se acerca al abismo y, echándose de bruces, saca un prismático y otea el horizonte.) Nada por aquí. (Va al otro lado y hace lo mismo.) Nada por allá. ¿Por dónde estará? (Rovira y Lopecito se le acercan y se acuestan a su lado, sin decir nada y lo acompañan).
LOPECITO: ¿Qué busca?
PILOTO: ¿Qué busco? ¡La tierra, claro!
LOPECITO: (A Rovira.) ¿Ve? ¿No le decía yo? ¿De modo que esto no es la tierra, no?
PILOTO: (Se levanta y lo mira.) ¿Esto, la tierra? ¡No, claro que no! ¿Cómo iba a ser esto la tierra? ¡Tendría gracia! (Ríe estrepitosamente; los otros ríen también).
ROVIRA: ¡Cómo iba a ser esto la tierra! ¡Imposible! ¡Imposible!
LOPECITO: ¡Completamente imposible! ¡Qué ocurrencia!
PILOTO: (De pronto, serio.) ¿Ustedes creen que esto podría de veras ser lo que queda de la tierra? (Todos se miran un tiempo, atemorizados, hasta que él reacciona.) No, eso es absurdo. No debemos ni siquiera suponerlo. (En tono de discurso.) No se debe perder nunca la esperanza, amigos míos. La tierra debe de estar allá abajo, en algún lugar. Hay que buscarla, localizarla y volver allá. Eso es todo. Sí, amigos. En algún lugar, allá abajo, está la tierra. No nos iban a hacer un juego así, ¿no? Hay que tener confianza en nuestros dirigentes; son todos unos cráneos; eso es lo que les digo siempre a los muchachos de mi avión, cada vez que tenemos una misión difícil. Confianza, amigos, hay que tener confianza, mucha confianza.
ROVIRA: ¿Usted es aviador?
PILOTO: Claro, amigo; ¿qué iba a ser, minero? Pero miren que son graciosos ustedes dos, ¿eh? Tienen humor, eso me gusta. Lo importante es no perder la cabeza en situaciones así; es lo que siempre decimos los instructores.
ROVIRA: Pero, ¿cómo está usted aquí? ¿Qué le pasó?
LOPECITO: Nosotros estábamos allá abajo cuando pasó…, no sabemos qué.
PILOTO: Comprendo, comprendo.No, yo estaba arriba. Cumplíamos una misión. Teníamos que descargar no sé qué clase de material, algo nuevo, y lo hicimos y ya volvíamos cuando de repente todo saltó; yo piloteaba el avión, el asiento se desprendió, y aquí me tienen, buscando llegar a tierra. (Ríe).
LOPECITO: ¿Y la radio?, ¿no estaban en comunicación con la base?
PILOTO: Estábamos, pero se cortó. (Muestra la radio.) Aquí está el aparato, está lo más bien, ya lo revisé. Bueno, voy a seguir buscando. (Se coloca el equipo y el paracaídas).
ROVIRA: ¿Quiere decir que se va?
LOPECITO: ¿Y nos deja?
PILOTO: Claro, es necesario. Alguien tiene que ver lo que ha pasado. (Comprende lo asustados que están.) No se preocupen. Apenas llegue a tierra avisaré sobre la situación de ustedes y vendrán a rescatarlos. Esperen que tome nota del lugar por la frecuencia…, a ver… (Hace unas anotaciones.) No se preocupen. Instálense lo mejor que puedan y traten de aguantar. ¡Arriba esos ánimos, caramba! ¡Todo tiene arreglo! Y hay que ser hombres, ¿no? (Silba alegremente mientras se ajusta el equipo).
ROVIRA: (De pronto, amenazador, se acerca al piloto.) No.
PILOTO: ¿Cómo?
ROVIRA: No puede dejarnos.
PILOTO: Lo siento, es preciso. Comprenda, señor, soy un oficial responsable, y debo velar también por la seguridad de ustedes. Yo los sacaré de aquí, se lo aseguro.
ROVIRA: No puede dejarme así, no puede dejarme así, no… (Va a lanzarse sobre el piloto, pero Lopecito lo toma de atrás, por los brazos, y le impide moverse).
LOPECITO: No haga eso, señor Rovira; debemos dejarlo ir; es nuestra única esperanza de salvación.
ROVIRA: Antes lo mataré. (Forcejea con Lopecito.)Déjeme ir; déjeme, gusano, si no, lo mato; le juro que lo mato; ¡suélteme, suélteme, pequeña rata! (Lucha con él).
LOPECITO: (Al piloto.) Váyase, por favor.
PILOTO: Gracias, señor; me alegro que usted comprende. ¡Explíquele a su amigo!
ROVIRA: ¡Este gusano no es mi amigo! (Sigue forcejeando).
PILOTO: (A Rovira.) Le aseguro que no los abandonaré. (Va a tirarse cuando se le ocurre algo; toma el aparato de radio y le quita una parte.) Tomen esto, es el receptor. Les iré avisando de todo lo que encuentro mientras bajo, así se sentirán mejor. Lamentablemente, no podrán comunicarse conmigo, pero… por lo menos, recibirán mis mensajes. (A Lopecito.) ¿Entiende, señor?
LOPECITO: Sí, gracias. (El piloto les hace una venia y, tomando aire, salta. Lopecito suelta a Rovira que se vuelve, furioso, y toma a Lopecito por el cuello. Lopecito no se resiste).
ROVIRA: Usted se atrevió a sujetarme; ¿cómo tuvo el coraje de hacerlo?, ¿cómo se atrevió a…? (El otro emite sonidos ahogados y va cayendo.) Lo mataré, lo… (De pronto, recuerda.) No… (Lopecito se desmaya.) ¡Si lo mato, me quedaré solo! ¡No! (Lo suelta; Lopecito cae al suelo y Rovira empieza a sacudirlo.) No, no puede morirse, ¿me oyó? ¡Le ordeno que no se muera! Señor López, Lopecito…, Lopecito…, no se muera, ¡por favor! (Después de un tiempo, Lopecito empieza a recuperarse).
LOPECITO: (Débil.) Lo siento. No quería molestarlo. (Rovira se levanta, fingiendo indiferencia).
ROVIRA: Está bien. Después de todo… (Lopecito se levanta, frotándose el cuello.) ¿Qué haremos?
LOPECITO: El piloto dijo que hay que esperar que él avise, ¿no? Esperaremos, entonces.
ROVIRA: No puedo estar así, sin hacer nada.
LOPECITO: ¿Y por qué no hace algo?
ROVIRA: ¿Qué?
LOPECITO: (Duda y luego.) Bueno, ¿por qué no trata de hacerse un par de zapatos? (Señala los objetos.) Por ahí debe de haber alguna tela, cuero o algo así; no sé, si no le parece, no lo haga. (El otro se ríe.) ¿Qué le pasa?
ROVIRA: Es gracioso. ¿Sabe?, mi padre era zapatero, yo empecé a trabajar con él a los siete años. Sí, tiene razón, me voy a hacer un par de zapatos. (Va hacia el montón de objetos y empieza a buscar).
LOPECITO: Así que su padre… Es curioso. (Toma nuevamente el palo y la cuerda.) Tolstoi tenía un cuento muy hermoso sobre un zapatero.
ROVIRA: ¿Cómo dice?
LOPECITO: Digo que Tolstoi tenía un cuento sobre un zapatero.
ROVIRA: ¿Tolstoi?
LOPECITO: ¿No oyó hablar del conde Tolstoi? Fue un gran escritor ruso.
ROVIRA: ¿Un ruso? No, no me interesa nada de los rusos. Me acuerdo, sí. ¿No fue el extremista ése que le dio todo a los pobres? (Lopecito asiente, sonriendo.) ¡Ruso tenía que ser, claro! (Sigue revisando los objetos.) ¡Ellos tienen la culpa de todo!
LOPECITO: Vamos…
ROVIRA: (Amenazador.) No los defienda, o…
LOPECITO: No, si no los defiendo, señor Rovira. Yo no me meto en esas cosas.
ROVIRA: Ah, eso me parece mejor. Pero debe de tener sus ideas, claro. Todos los pobres tienen ideas.
LOPECITO: Yo no tengo ideas ya. ¡Para lo que pueden servir aquí! (PAUSA) Sólo sé que alguien metió la pata esta vez, y la verdad es que no me importa quién fue. No me importa nada quién fue. (Se interrumpe ante las exclamaciones de admiración de Rovira que ha descubierto algunos objetos nuevos.) ¿Qué pasa?
ROVIRA: ¡Mire! ¡Una heladera…! ¡Y cuántas cosas más! ¡Un mundo de cosas! ¡Mire! (Lopecito se acerca, emocionado).
LOPECITO: ¿Una heladera? ¡Comida! ¡Estamos salvados! (Se abrazan, alborozados, entre los restos. APAGÓN).

CUADRO 2:
En el mismo lugar, abarrotado de objetos y artefactos eléctricos de todo tipo: televisores, lavarropas, un gran reloj cú-cú, etc. Rovira, con la blusa puesta, está sentado ante una especie de banco de zapatero, arreglando el reloj. Por distintos lados, carteles que dicen: no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy; querer es poder, etc. De vez en cuando se escuchan ruidos extraños; objetos que caen, partes que se desmoronan y otras que se agregan en escena. A un lado, en un rinconcito de clima distinto, Lopecito está sentado en un antiguo sillón hamaca, con la valija sobre las rodillas. Parece dormido. En el centro, el receptor de radio.
LOPECITO: (Abre los ojos y mira el receptor.) ¿Llamaron?
ROVIRA: No.
LOPECITO: Me pareció oír el sonido de la chicharra.
ROVIRA: Es el hambre que le hace zumbar los oídos.
LOPECITO: Sí, claro. (Sin levantarse, pone en marcha un viejo tocadiscos que tiene a su lado; se escucha el comienzo de la Segunda Sinfonía de Beethoven. Lopecito se adormece plácidamente. Rovira, disgustado, murmura algo ininteligible. Después de un tiempo, hace funcionar un grabador; se escucha la transmisión de un partido de fútbol. El disco de Beethoven se interrumpe, se repite, está rayado. Lopecito se despierta y, automáticamente, pone otra vez el disco que vuelve a empezar. Rovira sube el volumen del grabador).
VOZ del GRABADOR: … Sebastián se abre paso hacia el arco… … … ¡Goooooool!
ROVIRA: (Coreando.) ¡Goooool! (La voz empieza a pasar una propaganda. Lopecito despierta y escucha, después de poner nuevamente el principio de la Sinfonía).
VOZ: ¡Para sus vacaciones, no se olvide, planee su viaje con la debida anticipación y no deje de consultarnos! ¡Tin Agencia, la mejor agencia! ¡Los mejores planes! ¡La mejor financiación! (Vuelven a trasmitir el partido. Rovira escucha con interés pero, de pronto, la música de Beethoven se hace mucho más fuerte y Rovira, furioso, va hasta el combinado, toma el disco, lo tira y lo rompe. El ruido hace que Lopecito se despierte. Se levanta, triste, y recoge los pedazos del disco).
LOPECITO: No debió hacerlo, señor Rovira. Era el único que teníamos de Beethoven.
ROVIRA: ¡Usted…, usted y su Beethoven pueden irse a…!(Lopecito, meneando tristemente la cabeza, lleva los pedazos del disco hasta el vacío y los tira).
LOPECITO: No hay que ponerse así. (Vuelve a sentarse. Termina la transmisión del partido; otra tanda publicitaria. Rovira, que sigue trabajando, la corea. Se interrumpe la trasmisión).
ROVIRA: (Contento, señalando el reloj.) Ya está.
LOPECITO: ¿Funciona?
ROVIRA: Por lo menos, ahora está marchando, ¿no? (Pausa.) ¡No entiendo cómo puede estar sin hacer nada, habiendo tanto para ordenar!
LOPECITO: ¿Y para qué vamos a ordenar si se desordena solo? Todo lo que levantamos se cayó; ¿cuántas veces lo probamos? Y entonces, ¿para qué seguir? Además, no estoy sin hacer nada. Estaba recordando, mejor dicho, tratando de recordar algunos poemas.
ROVIRA: ¿Poemas? ¡Bah!
LOPECITO: (Recita partes de poemas de Lorca, Machado y Vallejo, mezcladas entre ellas.) “Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
De algún pan que en la puerta del horno se nos quema…
Y el hombre… ¡Pobre… pobre! Vuelve los ojos… …
Vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
Se emboza, como un charco de culpa, en la mirada.”… ¡Lástima que no los recuerdo bien, se me mezclan un poco! ¡Qué buenos son!
ROVIRA: ¡Poemas! ¡Esas son cosas de mujeres! ¿Qué hombre tiene tiempo para eso?, un hombre tiene que trabajar, hacerse una posición, no perder el tiempo.
LOPECITO: Eso mismo pienso yo. No se debe perder el tiempo, ni un minuto. Hay que vivir de veras cada segundo. Sólo así habrá valido la pena todo esto.
ROVIRA: ¿Qué?
LOPECITO: El estar vivo, claro.
ROVIRA: (Lo mira un tiempo, desconcertado.) Vamos, a usted, ¿quién lo entiende? Ahora me sale con que cree que no hay que perder el tiempo, usted, un vago, ¡al fin de cuentas! ¡Vamos! (Lopecito se echa a reír; después, pensativo).
LOPECITO: Mi mujer y yo estábamos empleados en una firma importante. Teníamos buenos puestos, estábamos bien ubicados, un buen sueldo, una linda casa a pagar en muchos años. Una mañana, cuando íbamos a trabajar, recuerdo que era un lunes porque habíamos tenido un mal fin de semana – había llovido tanto que no pudimos salir. Esa mañana íbamos en el subte lleno. Yo me puse a mirar a la gente; todos parecían tan tristes y malhumorados, tan… vacíos, que me sorprendí; miré a Diana, mi mujer, y Vd. que también ella me estaba mirando. Pensé que también ella tenía la misma expresión y que también yo debía de tenerla. No dijimos nada. Al mediodía nos encontramos en el comedor de la empresa; comíamos ahí para no perder tiempo, ¿sabe?
ROVIRA: Claro, yo hice lo mismo en mis oficinas. Resulta mucho mejor que la gente no salga, rinde más.
LOPECITO: De repente, Diana me tomó de la mano y, en lugar de ir a comer, salimos a la calle. Cuando salimos, nos dio en la cara el sol, un sol rojo, enorme, que parecía recién pintado en un cielo muy azul. Diana me miró, parecía tan feliz…, se rió, también yo me reí, y nos dimos cuenta. No volvimos a la empresa. Nos fuimos a pasear, fue un día de fiesta. Después, tratamos de entender lo que pasaba. Y Diana dijo que no podíamos seguir perdiendo el tiempo, ¿comprende?
ROVIRA: ¿Perdiendo el tiempo, si trabajaban y estaban bien ubicados? No, no comprendo.
LOPECITO: Ella dijo que debíamos empezar a vivir de veras, haciendo que cada minuto fuera vivo. (Al ver que Rovira no entiende.) Hay minutos muertos y minutos vivos, me explicó. Los minutos vivos son esos en que uno… es feliz, o que está triste, muy triste, pero le pasa algo… algo vivo. (El otro no entiende.) Cuando uno está con un amigo…, cuando hace algo que le gusta…, cuando ve algo hermoso…, o significativo. Por ejemplo, una vez entramos con Diana a un cementerio en un pueblito chileno, y vimos a una anciana que lloraba ante una tumba. Nos paramos cerca y la miramos. Ella se dio vuelta, nos vio y, de pronto, se acercó a nosotros y nos besó. Todavía puedo sentir su mejilla húmeda contra la mía; ese fue un minuto así, ¿entiende? (El otro menea la cabeza, desconcertado.) Cuando comprendimos eso, nos fuimos con Diana a conocer el mundo. Hicimos de todo. (Ríe.) No se puede imaginar todo lo que pasamos; después nació nuestro chico…, y después la nena. (Se acuerda y abre la valija.) ¿Quiere ver las fotos? Mire. (Le muestra una foto.) Darío, el día que empezó a caminar.
ROVIRA: Lindo pibe. (Se ve la imagen proyectada al fondo).
LOPECITO: (Le muestra otra foto.) Esta es de un viaje que hicimos al Perú; es en el mercado. Era un día de fiesta, ¿ve las ropas? Esa es Diana, ahí, al fondo, con el chico. ¿Ve esos bultos?, ahí teníamos la carpa todavía a medio armar. (Le pasa otra foto.) La nena. (Se proyecta.) ¿Vio qué rubia? Cuando nació tenía el pelito muy negro, después cambió. (Le pasa otra foto, proyección.) Este es el jardín de la casita que nos dieron, cuando nos empleamos para cuidar una escuela. La escuela estaba al otro lado, ¿ve?, ese es el techo. Más allá, había un fondo de tierra sin cultivar, donde crecían unos arbustos silvestres que florecían antes de la primavera, con unas flores rojas, pequeñitas. A veces, con los chicos, nos pasábamos horas echados boca abajo ahí, sobre la tierra, mirando a las hormigas.
ROVIRA: ¿A las hormigas?
LOPECITO: Sí. (Pausa.) Ese día, yo me había lastimado la mano con una tijera de podar; la nena lloró mucho cuando me vio la mano así; me la tomó y apoyó su mejilla sobre la herida; todavía puedo sentir el calor de sus lágrimas cayendo sobre mi mano. (Triste, luego se recupera.) Fuimos felices, muy felices.
ROVIRA: ¿Feliz usted?, vamos, no me haga reír. ¿Qué sabe de la felicidad? Yo fui feliz. Lo tuve todo. Lo tengo todo. Yo…, yo soy un triunfador, ¿entiende? En lo mío, nadie me gana. Usted es un pobre diablo. ¿Qué es lo que consiguió en la vida? ¿Qué es lo que tiene?
LOPECITO: Tengo recuerdos.
ROVIRA: Eso no vale nada.
LOPECITO: ¿Usted tuvo minutos así, como yo digo? ¿Minutos de vida?
ROVIRA: ¿Minutos? Horas, también. (Saca del bolsillo del pantalón un sobre.) ¿Quiere ver fotos? Yo también tengo. Mire. (Con desprecio.) Minutos. (Se proyecta la foto.) Yo en mi auto de carrera. (Otra foto.) Mi chalet de fin de semana. (Otra foto.) Yo en la fiesta de inauguración de mi firma en Mendoza. (Otra foto.) Yo en la pileta de mi casa. (Otra foto).
LOPECITO: ¿Su mujer?
ROVIRA: Mi secretaria. (Otra foto.) El frente de mi empresa en Buenos Aires. (Enojado, guarda las fotos.) ¡Minutos! ¡Horas! ¡Días! ¡Años de felicidad! ¿Y por qué?, por no perder el tiempo, ¡claro! ¡No se llega a ser el mejor así nomás, si no se trabaja, y duro!
LOPECITO: Diana siempre decía que el tiempo perdido es el que no se vivió de veras; ése es el que nunca se puede recuperar. (Se sienta, guarda las fotos, nostálgico. Rovira se pasea, enojado. Se para cerca de una de las heladeras).
ROVIRA: ¿Usted sabe lo que cuesta esta heladera, señor López? Una verdadera fortuna. Es un último modelo, realmente fabuloso. Fíjese: (Descripción de la heladera, con los accesorios más inútiles.) ¡Fabulosa!
LOPECITO: Sí, claro; fabulosa.
ROVIRA: (Se sienta, pensativo.) Nos llevó tres años llegar a tener una heladerita que era la cuarta parte de ésta; y que se descomponía cada dos por tres. Pero Clara era feliz.
LOPECITO: ¿Clara?
ROVIRA: Mi mujer. (Pausa.) Qué bichos raros son las mujeres, ¿no? Mientras estuvimos mal, ella estaba contenta; y después, cuando las cosas empezaron a marchar mejor, todo se fue a la mierda. Ella empezó a volverse fina, ¿sabe? Yo hacía dinero y ella se volvía culta. Y me empezó a despreciar. Que por qué no leía libros, que cómo me vestía, que… Era linda, muy linda. Durante un tiempo aguantamos; hacíamos… un simple intercambio; al final ni eso; le daban ataques…, una especie de asma cuando me acercaba a ella; y se acabó.
LOPECITO: ¿Tuvieron hijos?
ROVIRA: No.
LOPECITO: Lo siento.
ROVIRA: ¿Lo siente?, ¿y por qué?, ¿qué importa? ¡Yo hago lo que se me antoja; mujeres, tengo todas las que quiero; y todo, todo! (Ante la mirada de Lopecito, recuerda.) Tengo que volver; no puedo seguir aquí. ¡No puedo soportar esto!
LOPECITO: Volverá; no se preocupe.
ROVIRA: (Extrañado.) ¿Por qué?
LOPECITO: ¿Qué?
ROVIRA: Usted no parece preocupado por esto; ¿es que no le importa volver?
LOPECITO: No es eso; es que…, bueno, yo sé que siempre me las arreglo de algún modo; y que al final las cosas salen bien. El mundo cambia; y debe ser para mejor, (Pausa.) porque peor no podíamos estar.
ROVIRA: No es cierto; nada cambia. ¡No puede ser; no quiero que sea así! (El reloj da unas campanadas; sale el cú-cú).
LOPECITO: ¿Y eso?
ROVIRA: (Se acerca al reloj y lo para.) ¡Este reloj loco!, ahora da las horas cuando se le ocurre.
LOPECITO: (Cierra los ojos, sonríe.) Es bueno; casi, casi como si estuviéramos allá, ¿no?
ROVIRA: (De pronto.) ¿Usted entiende de sueños?
LOPECITO: ¿Sueños? No, la verdad es que no; sueño muy poco; y cuando sueño, después no recuerdo nada. ¿Por qué?
ROVIRA: Yo me analicé cuatro años. Y siempre pasaba lo mismo. Vea. Usted es el analista, ¿estamos? (Se ubica delante de Lopecito.) Ahora, pregúnteme: ¿soñó algo?
LOPECITO: ¿Soñó algo?
ROVIRA: Sí. Ahora diga: cuénteme.
LOPECITO: Cuénteme.
ROVIRA: Es el mismo sueño de siempre. Era de mañana, muy temprano. Yo salía de mi casa, iba a tomar un tren. Ya en el camino, miraba a mis compañeros de viaje y veía que no tenían cara; después llegábamos a un lugar y todos bajaban, yo también. Caminábamos un tiempo, hasta llegar a unas puertas muy altas de acero; todos entraban, yo no…, cuando llegaba a las puertas, ya las habían cerrado, llamaba y no me dejaban entrar. Diga: siga contando.
LOPECITO: Siga contando.
ROVIRA: A la noche, las puertas se abrían y salía toda la gente; yo iba con ellos a tomar el tren. No podía hablar con ninguno, no tenían cara. Y volvía a mi casa. Me despertaba gritando. (Se levanta).
LOPECITO: Y el analista, ¿qué le dijo?
ROVIRA: Que debía tratar de entenderlo; hablaba y hablaba, yo no le entendía nada; después hablaba de mi madre dominante; de los celos de mi hermano; al final me enojé y no fui más. Qué sueño estúpido, ¿no le parece?
LOPECITO: Bueno, una pesadilla, nomás. (Se levanta y va hasta el montón de objetos a un lado.) Tendríamos que ordenar algo, es cierto. (Empieza a trasladar algunos objetos de un lado a otro. De pronto, sin mirar a Rovira.) ¿Usted sabe lo que es vivir sólo por no tener el valor de matarse?
ROVIRA:¿El valor? Matarse es una cobardía.
LOPECITO: No, es al revés. Hay que tener mucho valor para poder pasar por cobarde. A mí me pasó…, después del accidente. (Pausa.) Fue tan… tan absurdo. Yo volvía a casa, Diana y los chicos se adelantaron para encontrarme, tenían que cruzar las vías del tren; yo los Vd. de lejos, y ellos a mí…, la nena se soltó de pronto de la mano de Diana y empezó a correr; y Diana y Darío corrieron atrás de ella, yo gritaba. Nadie pudo entender cómo pasó, cómo no escucharon mis gritos, cómo no los vio el maquinista. De repente, me encontré con los tres entre mis brazos, y ya no se podía hacer nada. (Arroja algunos objetos al vacío después de revisarlos.) Uno no sabe nada de nada hasta que pasa algo así, señor Rovira, ¿sabe?, hasta que se queda así, solo, cuando uno grita pidiendo ayuda y nadie le contesta. Y entonces es, si se tiene algo adentro, cuando uno se puede despertar de pronto, ponerse frente al cielo, sentir la tierra debajo, y decirse, simplemente: vivo. A mí me pasó. Un día me decidí; quería terminar de una vez. Fui al río; era muy temprano, a la mañana; no podía dormir. Hacía frío. Me senté a la orilla, el agua me tocaba los pies, crecía, y pensé que si me quedaba ahí, muy quieto, como el agua subía, poco a poco, iba a conseguirlo. Me quedé sin moverme. Al principio, lloraba; después, sentí alegría pensando que todo iba a terminar muy pronto. Y, en eso, empecé a reír; y después otra vez a llorar; reía y lloraba, como enloquecido.
ROVIRA: ¿Por qué? ¿Qué pasó?
LOPECITO: Enfrente, lejos, y sin embargo me parecía que muy cerca, estaba saliendo el sol. Un sol rojo, enorme, que aparecía sobre el agua. Lo sentí en mi cara. Miré el agua, y me Vd. a mí mismo, con medio cuerpo tapado ya por el agua. Me levanté y salí de ahí. No pude hacerlo. Era el mismo sol, ¿entiende?, el sol de Diana y mío; y yo estaba vivo, y podía recordar, recordarla a ella, a los chicos, recordar todos esos minutos nuestros, esos minutos vivos. No tenía derecho a hacerlo, ¿comprende? (Después de un tiempo, ante un objeto que encontró.) ¡Oh, no!
ROVIRA: ¿Qué pasa?
LOPECITO: No puede ser. (Sigue sacando objetos.) Ayúdeme, por favor. (El otro lo hace).
ROVIRA: ¿Qué pasa? ¿Por qué tanto lío? (Lopecito extiende algunos pedazos de telas que encontró.) Son unos cuadros viejos, nomás; ¿por qué tanto problema?
LOPECITO: Yo no sé mucho de esto, pero… deben de ser los originales. Mire. (Consternado.) Se terminó; entonces es cierto, se terminó de veras.
ROVIRA: ¿Qué le pasa? ¿Se ha vuelto loco?
LOPECITO: (Señalando una tela.) ¿No lo reconoce?
ROVIRA: No.
LOPECITO: Puedo jurar que es parte de La Gioconda, y esto…, es de un cuadro de Van Gogh. Puedo jurarlo. ¡Es espantoso! ¡Espantoso!
ROVIRA: (Tranquilizado.) Pero mire que usted sí que es un ejemplar único, ¿eh? Ponerse así por un cuadro viejo; ¡por una mujer pintada! Si por lo menos, fuera una mujer de veras, eso sí que sería otra cosa, pero por esto… (Se escucha una especie de gemido.) ¿Y eso?
LOPECITO: ¡Una voz!
ROVIRA: Por aquí debe de haber alguien. (Otra vez el gemido.) Vamos a ver… (Se abre paso entre los objetos.) Huellas, es por este lado. (Desaparece entre los objetos abarrotados; Lopecito va a seguirlo pero, antes de poder hacerlo, vuelve Rovira con una mujer en brazos; es bonita y está descalza y con la ropa rota).
LILI: (Se desprende de mal modo.) ¡Suélteme! ¡No! ¡Déjeme! (Rovira la suelta. Lopecito se le acerca).
LOPECITO: Cálmese, señorita.
LILI: (Sorprendida, a Rovira.) ¡Oh…, usted!
ROVIRA: ¿Me conoce?
LILI: (Lo mira un tiempo y luego, ante su extraña apariencia, empieza a reír.) ¡Lo que parece! ¡Mire lo que parece!
LOPECITO: ¿Se siente bien? ¿Hace mucho que estaba ahí?
LILI: No sé cuánto hace que me estoy arrastrando entre todas esas cosas; hay de todo por ahí; y caen más cada vez; ¡es horrible!
LOPECITO: (Se quita el saco y se lo da.) Tome.
LILI: Gracias. (Se lo pone).
ROVIRA: ¿Por qué se sorprendió al verme, usted me conoce?
LILI: (Va a decir algo, pero se contiene, y luego.) Trabajé en una de sus oficinas, hace tiempo; pero usted no me recuerda, ¿no?
ROVIRA: No, no puedo recordar a todas mis empleadas, ¿no es cierto?
LILI: Claro, el gran jefe no recuerda a todos sus empleados. Es pretender demasiado. Pero, qué bien instalados que están aquí, heladera…, lavarropas…, sólo les falta el aire acondicionado, ¿no?
ROVIRA: Y usted, ¿de quién se está riendo? ¿No se da cuenta de que estamos…? (Suena la chicharra del receptor; Rovira y Lopecito se le acercan).
VOZ: Llamando a los amigos…; espero que me pueden escuchar…; todavía no he llegado a la tierra, pero no pierdo la esperanza de encontrarla en cualquier momento. No desesperen. Animo. ¡Todo se arreglará! ¿Saben?, he compuesto una canción, espero que pronto la cantarán conmigo; nos ayudará a conservar nuestro buen humor. (Canta.) “La próxima vez…, la próxima vez…, cuando estemos en la tierra…, qué felices seremos…, la próxima vez”. (Sigue hablando.) ¡Hasta la próxima, amigos!
LILI: De modo que estamos…, ¡qué bueno!
ROVIRA: ¿No le importa?
LILI: ¿Y por qué me va a importar? ¿Qué quiere, que lo tome a la tremenda? (Se asusta a medida que comprende la situación.) Total, no hay tanta diferencia entre vivir…, como vivíamos allá…, o esto, ¿no? Es sólo terminar antes, nada más.
LOPECITO: ¡Vamos, una chica como usted no puede hablar así! Usted tiene… (Ella, de pronto, se aleja un poco de ellos; se la escucha llorar).
ROVIRA: (Extrañado, a Lopecito.) Y ahora, ¿qué le pasa?
LOPECITO: Se debe estar dando cuenta de la situación.
ROVIRA: No, las mujeres nunca se dan cuenta de nada.
LOPECITO: Quizás piensa en lo peligroso que es.
ROVIRA: Las mujeres no piensan. Y las que piensan… no sirven, para lo que tienen que servir. Y ésta sirve. Las conozco muy bien. Esta sirve. (La mira, interesado; Lili se está calmando.) No está mal, ¿eh? (Lopecito asiente, con una mirada expresiva.) La verdad es que…
LOPECITO: ¿Qué?
ROVIRA: Hay que pensarlo bien.Quizás…, se puede pensar, claro…, que quizá somos los únicos sobrevivientes, y que tendríamos que empezar todo de nuevo, ¿no?
LOPECITO: Como Adán y Eva, ¿no? (Rovira asiente, pensativo; Lopecito se ríe).
ROVIRA: ¿Qué le pasa? ¿Por qué se ríe?
LOPECITO: Usted está empezando a imaginar cosas. (Como el otro no entiende.) Usted me dijo una vez que nunca imaginaba nada, que sólo sabía hacer cosas. Y ahora…
ROVIRA: ¡No diga tonterías! Yo hablo de un problema serio; tendríamos una grave responsabilidad entonces, ¿no?
LOPECITO: ¡Claro, ya lo creo! ¡Una gran responsabilidad, es cierto! (Los dos miran fijamente a Lili que siente la mirada y se vuelve hacia ellos).
ROVIRA: ¡Una responsabilidad moral!
LOPECITO: ¡Claro!
LILI: Espero que no se están haciendo ideas raras, ¿no? (Ellos la siguen mirando. Enojada.) Soy frígida, ¿saben?
LOPECITO: (Condescendiente.) Bueno, nadie es perfecto.
ROVIRA: (Molesto, pero aceptando.) Claro, nadie es perfecto. (APAGON).

CUADRO III: El mismo lugar. Hay más objetos amontonados por todas partes. A un lado, una especie de extraño armatoste, mezcla de barrilete y paraguas, conectado a un motorcito. Liliana está limpiando el polvo de una serie de objetos con un vistoso plumerito; se ha improvisado una túnica con algunas telas; parece más fresca y bonita. Entran, corriendo al trote, Rovira y Lopecito. Rovira marca el ritmo. Lopecito se deja caer sobre su sillón, agotado. En su rincón, tiene colgados los trozos de la Gioconda; partes de los Girasoles y, junto al sillón, hay pedazos mal ensamblados de algunas esculturas griegas conocidas.
LOPECITO: No puedo más.
LILI: Descansen, entonces.
ROVIRA: (Hace ejercicios de gimnasia, resopla.) Hay que mantenerse en línea, amigo López; eso es muy importante, mantenerse en línea.
LOPECITO: No sé. Hacer gimnasia…, con el estómago vacío…, no sé. Si por lo menos uno no sintiera hambre, sería más fácil aguantar, pero así… (Se oyen ruidos; caen objetos; se abren grietas; una, tan cerca de Rovira, que casi cae en ella).
LILI: (Señalando el lugar.) Quisiera saber qué vamos a hacer con todo esto. Pronto no vamos a tener dónde estar. Algo habría que hacer.
LOPECITO: No sé. Arreglamos una parte y se nos cae encima otra; o se hunde todo, no sé.
ROVIRA: La señorita Liliana tiene razón, señor López. Hay que seguir adelante. No hay que darse por vencidos. (El cartel que dice: Querer es poder, se hunde con estrépito. Miran hacia el lugar un tiempo).
LILI: (Señalando las sandalias de Rovira.) ¡Qué bien le quedaron, señor Rovira! ¿Son las sandalias nuevas?
ROVIRA: Sí, ¿le gustan? Qué modelo, ¿no? Creo que nunca volveré a usar otros zapatos. (Ante las miradas de los otros.) Digo, que en la tierra, me los haré fabricar de esta misma forma. Será un buen recuerdo de este viaje al infierno.
LILI: Un viaje al infierno. (Pensativa.) Sí, claro. (A Lopecito, que está mirando con atención una pequeña maceta.) Y, ¿creció algo?
LOPECITO: Creo que…, sí, mire, ¡está empezando a brotar! ¡Miren! (Los otros se acercan).
ROVIRA: Yo no veo nada. Es una fantasía suya.
LILI: Yo sí veo. Es como un puntito verde, ¿no?
LOPECITO: Sí. ¡Ya verán qué hermosa será la planta que va a salir! ¡Ya verán!
LILI: ¡Si por lo menos supiéramos de qué es…!
ROVIRA: Ahí no hay nada. Es sólo un poco de polvo sucio.
LOPECITO: (Enojado.) ¡No es polvo, es tierra! ¡Es tierra negra, viviente, y adentro tiene algo…, algo que va a crecer, ya verá! ¡Será una planta hermosa, que dará flores rojas, muy chiquitas y muy rojas!
LILI: A mí me gustaría que sean jazmines blancos, muy blancos. En casa de mi abuela había unos jazmines así; en el verano, cuando todas las plantas florecían, se sentía el perfume de muy lejos; ya desde la esquina de la cuadra se lo podía sentir. ¡Todo era tan lindo entonces!, cuando vivía mi padre…, y todos estábamos todavía juntos.
ROVIRA: (Disgustado.) ¡Otra más con poemitas! Bah, mirar una maceta con dos gramos de polvo y soñar con jazmines o con florcitas rojas; ven visiones, no hay caso. (Se acerca al armatoste y pone en marcha el motorcito que emite un fuerte zumbido; Lopecito pone a un lado la maceta con gran cuidado y, con Liliana, se acercan al aparato).
LOPECITO: Y, ¿cómo va eso?
ROVIRA: Falta poco.
LILI: ¡Si llega a funcionar, va a ser sensacional!
ROVIRA: Tiene que funcionar. Será el mejor paracaídas que se haya inventado hasta el momento. Ya verán, lo patentaré. Sí, ¿sabe qué haremos, señor López? Cuando volvamos allá, montaré una fábrica para producir estos paracaídas, y usted vendrá a trabajar conmigo. Nos haremos multimillonarios.
LOPECITO: ¿Trabajar?, ¿yo?
ROVIRA: Sí, en la distribución; en lo que más le guste, ya le encontraremos algo.
LOPECITO: Ya sé; yo los venderé; le aseguro que soy un buen viajante; será un éxito. ¿Se imaginan? (Se pone en pose de propaganda.) Paracaídas Rovira; ¡pruébelo una vez y no dejará de usarlo! (Rovira se pone a su lado, también en pose).
ROVIRA: Sea prevenido; en cualquier momento, pasa lo que menos se espera, por eso, use siempre, de día y de noche: (Los tres juntos.) ¡Paracaídas Rovira! (Los tres se ríen; luego, Rovira, serio). Bueno, ahora déjenme trabajar; todavía falta terminarlo.
LOPECITO: (Se sienta y talla unas maderas con un cuchillo. A Liliana.) ¿Sabe jugar al ajedrez, señorita Liliana?
LILI: No.
LOPECITO: Espere que termine con esto y le voy a enseñar. Me faltan sólo los caballos y las torres. Ya verá cómo le va a gustar. Con Diana siempre… Bueno, es un juego muy lindo. (Se escucha un sonido extraño; los objetos del fondo se corren; ellos se asustan.) ¿Qué pasa ahora?
LILI: ¡Otra vez debe estar por caerse algo!
ROVIRA: Si no nos caemos nosotros antes. ¡Agárrense bien! (Juegos de luces sobre todo el lugar que se mueve; por fin, se ve que se ha adelantado en el centro una especie de gran caja cerrada por delante por una especie de biombo y con paneles a los costados.) ¿Y ésto? (Se escuchan sonidos extraños; como una música alegre que se va haciendo cada vez más clara).
LILI: Es música.
LOPECITO: Yo oigo voces. ¡Gente, hay gente adentro!
ROVIRA: Vengan; ¡saquemos todo esto! (Despejan el lugar alrededor de la caja; al correr el biombo queda al descubierto una pequeña sala perfectamente arreglada; en el centro, una mesa dispuesta para la cena; una mujer vieja está sirviendo la mesa; su marido mira televisión. No parecen darse cuenta de que pasa algo raro; es una confortable escena hogareña.) ¡Miren eso! (Rovira, seguido por los otros, se acercan lentamente, asombrados y contentos).
VIEJA: (Al viejo.) ¿Cuándo vas a terminar con eso? La cena está lista.
VIEJO: Ya va.
LILI: ¡Qué idioma extraño! ¿Qué será?
ROVIRA: No lo entiendo, inglés no es.
LOPECITO: Francés tampoco.
ROVIRA: Alemán tampoco. (La vieja lo ve; le sonríe.) Hola.
VIEJA: (Al viejo.) Mirá, tenemos gente a cenar. Deben ser amigos de los chicos.
VIEJO: (Sin mirar.) ¿Sí? Está bien. (Se escucha propaganda por televisión, un aviso absurdo).
LOPECITO: Debe de ser algún idioma africano, o indígena, qué sé yo.
ROVIRA: ¿Le parece que tienen cara de africanos, o de indígenas? No…; esto suena…, esto suena… Ya sé, deben ser del Tercer Mundo.
LOPECITO: ¿Cómo? (Va a protestar, pero desiste.) ¿Qué importa? Parecen amables.
LILI: (La vieja está haciéndoles señas para que entren.) Nos invita a pasar. (Entra.) Gracias. (Lopecito y Rovira también entran. Los tres se quedan mirando la mesa servida).
VIEJA: Siéntense, por favor. (Antes de que pueda completar la frase, ya están sentados y comiendo.) Sírvanse, sin cumplidos.
ROVIRA: (A López, señalando una botella de vino.) ¿Me la alcanza, por favor? (Se sirve y les sirve a ellos).
LILI: ¡Qué lindo es este lugar! ¡Es…, como tener una casa de veras!
LOPECITO: ¡Sí, es como estar en casa otra vez!
VIEJA: (Al viejo.) ¡Qué raro, no saben hablar nuestro idioma! ¿De dónde serán? (El viejo no contesta; pone un videocasete.) Qué amigos raros tienen los chicos, ¿eh? ¡Y qué modales! Los jóvenes están cada vez peor educados. Deben ser mochileros, como los del otro día; ¿no te parece? (El viejo mira una película romántica.) Podrías contestarme, ¿no? Mirá qué manera de tratarme, y delante de gente ajena. ¿No te da vergüenza? Toda la vida lo mismo. Soy una pobre esclava que sólo sirve para cuidar la casa; preparar la comida y atender a los chicos; y vos, ni una palabra. Una esclava, eso es lo que soy, claro; siempre fue así, no sé para qué me casé, y tuve hijos, para lo desagradecidos que son.
VIEJO: ¡Sssshhh! (Come, sin apartar la vista del aparato).
LOPECITO: (Los mira, enternecido.) ¡Cómo se quieren!
ROVIRA: Sí, parece que sí. ¡Cosas raras!
LILI: ¡Qué romántico! ¡A su edad!
VIEJA: ¡Casi no los veo desde que se casaron; sólo cuando vienen por obligación en una fecha de cumpleaños; o porque es el día de la madre, o el aniversario de alguna tontería! (Gritando.) ¡No valen nada, lo mismo que el padre!
LILI: (Emocionada, lloriquea. Los tres están empezando a emborracharse.) ¡Qué hermoso!
LOPECITO: ¿Qué le pasa?
ROVIRA: ¿Se siente mal?
LILI: No, no es eso. Es que…, ¿no se dan cuenta?, formamos casi, casi, una familia. ¿No es hermoso?
ROVIRA: (Alzando su vaso.) ¡Por Liliana, la flor de nuestro paraíso!
LOPECITO: ¡Por Liliana!
VIEJA: (Contenta, se sirve vino, a Lopecito.) ¿Texi?
LOPECITO: (Contento, le contesta.) ¡Cola!
VIEJA: ¡Texi! ¡Texi!
LOPECITO: ¡Cola! ¡Cola! (Juntos.) ¡Texi-Cola! (Solo.) ¡Qué bien! Nos entendemos, ¿han visto? ¡Ya nos entendemos!
VIEJO: (Alza su vaso, mecánicamente, antes de beber.) ¡Texi!
ROVIRA: (A Lopecito.) ¿Vio que eran civilizados? ¿No le decía yo?
VIEJA: (Contenta, todos terminaron de comer. Ella saca el mantel.) Voy a arreglar un poco la casa. ¡Está tan sucia! (Se asoma a una ventana y sacude el mantel sobre el vacío. Se queda mirando hacia afuera un tiempo.) ¡Qué oscuro está. Se nota que es invierno, ¿no?
VIEJO: Sssshhh. (Se ve en la televisión un noticiero, interrumpido por partes de dibujos animados y de publicidad. Noticias de actualidad política; notas de modas; deportes; guerra biológica; armas químicas; asaltos; secuestros; guerrillas, etc.).
VIEJA: (Sin mirar el noticiero.) Cualquier día, si siguen así, van a terminar por dar vuelta al mundo. Como si no tuvieran otra cosa que hacer, ¡qué gente! ¡Y todos esos tipos raros y guerrilleros, y qué sé yo!
VIEJO: ¡Sssshhhh!, no hay que meterse en política.
VIEJA: ¿Bah!, ¡y a quién le importa, que se hunda todo, total! (Corte publicitario; dibujos animados. Los otros tres están cada vez más borrachos. Se escucha la chicharra del receptor que sigue afuera; los tres salen, la vieja se asoma y observa).
VOZ: Amigos míos…, sé que me están escuchando, deben de estar escuchando; lamentablemente, todavía no puedo darles noticias favorables, todavía no he visto la tierra, estoy girando, girando continuamente; he pasado por varios puntos que parecían firmes pero luego han desaparecido; sólo puedo decirles que no pierdo la esperanza de llegar; y que ustedes tampoco deben perderla. Animo, amigos. Ah, antes de que me olvide, no dejen de festejar la fecha; hoy es el 31 de diciembre, y faltan apenas seis minutos para la medianoche. Feliz Año Nuevo, amigos míos; y no se olviden, con esperanza y con alegría, ¡Feliz Año! ¡Felicidades! (Se corta la transmisión).
LILI: ¡Año Nuevo! ¡Ya había olvidado todo eso!
LOPECITO: ¿Qué año será?
ROVIRA: ¿Y eso qué importa? Hay que festejarlo, el amigo tiene razón. Propongo que nos emborrachemos.
LOPECITO: Yo creo que hay algo mejor.
ROVIRA: ¿Qué?
LOPECITO: Quédese aquí. (A Liliana.) Usted venga conmigo.
ROVIRA: ¿Adónde?
LOPECITO: Enseguida venimos. (Sale, seguido por Liliana. Rovira, indeciso, no sabe qué hacer; luego entra otra vez en la pieza. La vieja le sirve un café. Rovira, sin saber qué decir, señala las fotografías que hay sobre una mesita).
ROVIRA: (Para sí.) ¡Otra con el álbum de familia! ¡Parece que vienen en serie ahora! (A la vieja, sonriente.) ¿Sus hijos?
VIEJA: (Asiente, contenta, le acerca las fotografías.) Mi hijo mayor; es médico; ¡es tan bueno! Lástima que está siempre muy ocupado; claro, tiene varios chicos; y su trabajo. Pero me quiere mucho, ¿sabe? (Rovira no entiende, bebe otra copa.) Este es el menor; vive aquí nomás. Es un muchacho muy brillante; ¡hay muy pocos como él! ¡Estoy tan orgullosa de ellos! ¡Soy muy feliz, muy feliz!
ROVIRA: (Medio borracho, saca sus fotos y se las muestra.) ¡Mi chalet! ¡Mi oficina! Este edificio se lo saqué de las manos a un competidor; ¡nadie supo cómo! Fue una estafa, una porquería, pero se lo saqué, ¡y ahora es mío! (La vieja mira las fotos, sin entender, y le sonríe por cortesía.) ¿Qué pasa? ¿No le gustan? ¿Qué se cree, que no tengo también fotos de las otras? Yo tengo todo lo que quiero, ¡qué se cree! ¡Ya va a ver! (Sale y va hasta la valija de Lopecito, la abre y toma sus fotos. Vuelve a la sala y le empieza a mostrar a la vieja.) Este es mi chico, ¿ve? Darío, se llama. Darío, ¿entiende? ¡Y esta es mi nena! ¡Mire qué rubia es! ¡Y esta es mi mujer! ¿Entiende?, ¡mi mujer! ¡Y estos son minutos míos, de mi vida! ¡Minutos de veras! ¡Míos, míos!
VIEJA: (Sonriente.) ¿Familia?
ROVIRA: ¿Familia? ¡Claro, familia, mía! ¡Mía! ¡Y qué felices fuimos! Clara era tan buena; recorrimos todo el mundo, ¿sabe? A ella le gustaba la música: Beethoven, Mozart, todos esos. Y los libros; los leíamos juntos. Y soñábamos. No hay que perder el tiempo, me decía ella. No hay que perder el tiempo. (Se adormece, lucha contra la borrachera.) Hay que hacer lo que a uno le gusta; no es necesario tener tantas cosas; era una neurótica, dijo el analista; yo no podía vivir con ella; no se adaptaba a nuestra sociedad, ni a nuestros valores, tuve que dejarla, claro. No se puede vivir con una mujer así. (PAUSA) Se le ocurría que uno debe de ser feliz; ¡qué ocurrencia! Como si a mí no me hubiera gustado eso, cuidar el jardín, atender un negocito chico, yo mismo; pero no se puede; hay que luchar, si no te comen, te tragan vivo, eso le decía yo, hay que ser el mejor, pero ella no lo entendía. ¡Familia! ¡Bah! (Se adormece; la vieja arregla la mesa. Se sobresaltan por el sonido repentino de un cornetín y un tambor improvisado. Se asoman y ven llegar a Liliana y Lopecito, disfrazados con ropas de alegres colores; sombreros de papel e instrumentos; llevan varias cajas y cantan una alegre canción improvisada de Año Nuevo. Por fin, exhaustos, se detienen al entrar a la sala).
LILI: ¡Feliz Año Nuevo!
LOPECITO: ¡Felicidades! (A Rovira, dándole un paquetito.) Para usted, señor Rovira. (A la vieja.) Para usted, señora. (La vieja, contenta, empieza a abrir el paquete).
LILI: (Al viejo.) Y esto es para usted.
VIEJO: ¡Sssshhh! (Mientras mira la televisión, abre el paquetito).
ROVIRA: ¡Una máquina de afeitar! ¡Qué bueno!
LILI: ¿Le gusta? (Rovira la mira, emocionado).
VIEJA: (En su paquete encuentra una licuadora.) ¡Oh, qué lindo! (El viejo saca de su paquete una pipa y tabaco y la enciende).
LILI: La verdad es que era difícil elegir, entre tanto como tenemos allá afuera. ( A Rovira.) ¿Dónde va, señor Rovira?
ROVIRA: Ya vuelvo. (Sale).
LOPECITO: ¿Habrá quedado vino? (Encuentra una botella; bebe. Rovira vuelve. Algo avergonzado, le da un paquetito a Liliana y otro a Lopecito).
ROVIRA: (A Liliana.) Esto es para usted. (A Lopecito) Y ésto, para usted. No pensé en el año nuevo, sólo que… Bueno, no es nada, ¿no?
LILI: (Saca unas sandalias.) ¡Oh!, ¿y las hizo para mí?
ROVIRA: ¡Claro!
LILI: Y yo que creí que se estaba haciendo tantos pares sólo para usted; qué mala fui al pensar así, perdóneme. (Rovira sonríe, incómodo.) ¿Sabe? Usted no es tan…, tan…
ROVIRA: ¿Qué?
LILI: Nada. Nada.
LOPECITO: (Abre el paquetito.) Semillas. Semillas de veras. ¡Qué bueno! ¿De qué son?
ROVIRA: No sé; las encontré por ahí hace tiempo; pensaba tirarlas, pero…
LOPECITO: Las plantaré; ya verá, será bueno verlas brotar y crecer. Gracias, señor Rovira.
ROVIRA: Bueno, hay que terminar este vino, que por algo es Año Nuevo, ¿no? (Solemne, a la vieja.) Feliz Año Nuevo, señora. (Como ella no comprende.) Texi, Texi.
VIEJA: Cola, Cola.
ROVIRA: (Al viejo.) Feliz Año Nuevo, señor.
VIEJO: ¡Silencio! (Toma su copa y bebe).
ROVIRA: (A Liliana.) Feliz Año, Liliana. (Se va acercando a ella).
LILI: (Borracha.) ¿Ustedes son religiosos?, ¿en serio?
LOPECITO: No, yo no. (Rovira niega con la cabeza).
LILI: Yo, sí. ¿Saben?, en una casa donde trabajé…, fue la primera en que trabajé… en serio, la encargada había puesto un cartel muy grande a la entrada…, muy grande…, ¿saben qué decía el cartel?: Dios es Amor.
ROVIRA: (Se le acerca más.) Felicidades, Liliana.
LILI: Me volví religiosa, como todas. Viva Tata Dios, me decía cada vez que recibía a un cliente. (Rovira la abraza. Liliana alza su copa en un brindis.) ¡Feliz Año Nuevo, Tata Dios! ¡Y gracias por todo! (Dan unos pasos de baile, siguiendo la música del televisor; lo mismo hace Lopecito con la vieja. Al fin, Rovira y Liliana van hacia un lado. Lopecito brinda con la vieja).
LOPECITO: Texi.
VIEJA: Cola. (Se sientan en un sofá y se besan. Después de un tiempo, al viejo que ha tomado un diario y lee, ensimismado.) ¿Podrías decir algo edificante para estos chicos, no?, como lo hacés siempre. Aunque no lo entiendan, ya sabés que después de comer es sano hablar de moral.
VIEJO: (Mientras trata de poner otra vez en marcha el televisor, al tiempo que Lopecito y la vieja se abrazan por un lado; y Rovira y Liliana por el otro.) Es fundamental que no olvidemos el respeto debido a nuestras instituciones en los tiempos que corren; y de todas nuestras instituciones, la más sagrada es la familia. ¿Cómo haremos para conseguir que la familia siga siendo uno de los pilares de nuestra comunidad? ¡Un sólo camino: la virtud! Como padres y madres de familia, nos toca educar a nuestros hijos en la práctica de las más nobles virtudes ciudadanas: la fortaleza, la templanza, la moderación, el justo medio; sobre todo eso: el justo medio. No lo olvidéis, hijos míos; ¡hay que fijarse y tratar de encontrar siempre el justo medio! (Otra vez la serie de dibujos animados, la voz del Pato Donald con el cuac-cuac).
VIEJA: Muy bueno, querido. Otro más. Algo de la Biblia, es lo más instructivo.
VIEJO: Cuando el Señor le dijo a Jonás que avisara a Nínive que iba a ser destruida por sus pecados, Jonás no quiso hacerlo. Le pareció que no valía la pena salvarla; el mundo era una porquería; la gente era una porquería; no merecían salvarse. Y se lo dijo al Señor.
LOPECITO: Me pregunto que estará diciendo. Parece como si estuviera contando algo muy solemne.
ROVIRA: A mí me suena a chiste verde.
LOPECITO: No, delante de la vieja no iba a contar chistes verdes, no es del tipo.
ROVIRA: No sé, quizás.
LILI: Dios es Amor, ¿no es fabuloso?
ROVIRA: Fabuloso.
LILI: ¿En qué estás pensando?
ROVIRA: Instalaré una gran fábrica de paracaídas; la central estará en Buenos Aires; con sucursales en todo el mundo. Tendré que pensar bien en cómo evitar la competencia; ya lo resolveré. Seré el tipo más rico del mundo. Te compraré un Cadillac rojo, ya verás. ¡Es fabuloso, fabuloso!
LOPECITO: (De pronto, mirando a Rovira.) Somos unos mentirosos. Lo odio, odio a todos los que son como él. Ellos arruinaron la tierra. No merecen vivir. Lo odio. Me gustaría matarlo. (Se acerca a Rovira y le grita.) ¡Me gustaría matarlo!
ROVIRA: (Soñando.) ¡Será fabuloso!
VIEJA: (Al viejo.) Y después, ¿qué pasó? ¿Cuál es la moraleja?
VIEJO: Entonces el Señor le dijo que se comiera una ballena; y Jonás lo hizo. Y el Señor destruyó a Nínive. Durante siete días la destruyó. Y al octavo miró su obra y dijo: era justo. Y descansó.
VIEJA: ¿Y la moraleja?
VIEJO: No la recuerdo; ah, sí; parece que Jonás mientras tanto se había arrepentido y le había pedido al Señor que salvara a Nínive, que pensara en los justos que vivían ahí; y el Señor le contestó que no valía la pena; que todos eran responsables de tanta podredumbre; y que lo mejor sería destruir todo y volver a empezar de nuevo; parece que le dijo que, en realidad, todo estaba podrido, hasta los justos. Por eso lo mejor era terminar la historia de una vez. Y lo hizo. (El televisor se descompone; el sonido del cuac-cuac se superpone a las últimas frases del viejo y se va haciendo cada vez más alto, hasta llegar a un último chillido y luego, silencio. Apagón).


________________________________________________________

S E G U N D O A C T O

CUADRO IV: En el otro extremo; un lugar casi vacío. Rovira está acostado, dormido. A su lado, muy feliz, Liliana, mirándolo. A un costado funciona un aparato para baños de sol.

LILI: (Para sí, mirando a Rovira.) Una vez juré que te odiaría siempre. Es extraño. Ahora estoy aquí, y… (Pausa.) ¿Cómo no te iba a odiar? El gran señor Rovira pasó un día por la oficina, sin mirar a nadie. Después, el jefe de la sección me llamó y me preguntó si quería ir esa noche a cenar al departamento del señor Rovira; debía estar a las ocho en punto, el señor Rovira no soportaba a gente impuntual; debía decir sí o no. Ni lo pensé. El señor Rovira era el ídolo de todas las empleadas; y me elegía a mí para ir a cenar con él. Y fui. Te sorprendiste al principio; quizás porque yo estaba muy asustada. Y me preguntaste si era la primera vez. Y yo, por vergüenza, me reí y te dije que no. (Pausa.) Eso duró…, tres semanas, exactamente. Cuando fui al departamento esa noche, tu mucamo me dijo que no estabas, y que no debía ir más. Juré que no te lo iba a perdonar; y que me lo pagarías de algún modo. Y ahora…, la vida es algo muy raro. Ni siquiera me interesa contártelo. Ya no me importa. Es como si se tratara de dos personas distintas. (Le acaricia suavemente la frente. Rovira despierta, la mira y, después de un tiempo).
ROVIRA: Hola.
LILI: Hola.
ROVIRA: (Señala el aparato.) ¿No será demasiado tiempo?
LILI: No creo. Además, ya tenemos la piel acostumbrada. (El la rodea con sus brazos. Ella le acaricia la frente.) ¡Qué arrugas más hondas tenés; como si te las hubieran hecho con un cuchillo! ¡No tenés que pensar tanto!
ROVIRA: ¡Qué linda estás!
LILI: (Se recuesta, feliz.) ¿Sabés? A veces, me parece como si hubiera vuelto al pueblo, al campo. Sólo falta oír algún relincho allá lejos…, o ver las vacas pastando por algún lado. Sí, es como haber vuelto allá, como si nunca hubiera conocido la ciudad. ¡Ojalá hubiera sido así!
ROVIRA: ¿No te gusta la ciudad?
LILI: (Se estremece.) La odio; cambia a la gente; los envenena; dejan de saber hablar, reír, cantar. Es como lo de los pájaros encantados del cuento de la abuela.
ROVIRA: ¿Pájaros encantados? ¿Qué es eso?
LILI: Era un cuento sobre unos pájaros que un brujo encantó de tal manera que vivían en una jaula abierta pero no querían salir, y si se los dejaba libres, caían al suelo porque no sabían volar, mejor dicho, no se atrevían, y volvían enseguida a la jaula; y si se les quitaba la jaula de la vista, se fabricaban ellos mismos otra con cualquier material que encontraban. Y después, sus hijos nacían ya así, con la marca de la jaula encima. Eso es lo que les pasa a los que viven en la ciudad, ¿entendés?, viven dentro de la jaula, aunque no se la vea.
ROVIRA: Todo eso es una tontería. ¡Pájaros encantados! ¿Quién puede creer en algo así? ¿Sabés?, yo nunca estuve en el campo.
LILI: ¿No?, eso no puede ser.
ROVIRA: A veces me tomé vacaciones en alguna estancia, pero siempre era con el tiempo contado; tanto para inspeccionar tal parte; tanto para ver los equipos; no, eso no era estar en el campo; aunque recién ahora me doy cuenta.
LILI: Es la marca de la jaula, ¿no ves? (Después de un tiempo, serena.) Voy a tener un hijo.
ROVIRA: ¿Cómo? (Sorprendido y alegre.) ¿Querés decir que…? Pero, Liliana, ¿estás segura? (Ella asiente con la cabeza.) ¡Eso es… bárbaro! ¡Fabuloso! (Ella sonríe; se escucha el sonido de una flauta que se acerca).
LILI: Viene Lopecito. (Señala de pronto a lo lejos.) ¡Mirá, algo cae allá! ¡Pronto, un deseo! (Cierra los ojos y murmura algo; también Rovira lo hace).
ROVIRA: ¿Qué pediste?
LILI: No se puede decir; es un secreto, ¿no?
ROVIRA: Decímelo.
LILI: Y vos, ¿qué pediste?
ROVIRA: Volver allá pronto, muy pronto. ¿Y vos?
LILI: (Triste, se aparta un poco.) Yo pedí seguir siempre así, aquí. (Se miran un tiempo; entra Lopecito).
LOPECITO: ¡Hola! ¿Qué tal el picnic?
ROVIRA: (Se levanta.) Muy bueno, señor López.
LOPECITO: ¡Y miren el sol que se han mandado! Me parece muy bien.
LILI: (Riendo.) ¿Quiere comer algo?
LOPECITO: No, la verdad es que no tengo ganas; ¡después del almuerzo que nos preparó la señora Texi!
LILI: ¡La verdad es que es muy buena!
ROVIRA: ¡Con el señor López, sobre todo!
LOPECITO: Vamos, la cuestión es qué vamos a hacer cuando se terminen las provisiones. Ya va quedando poco otra vez.
LILI: Mejor es no pensar en eso. (Lopecito saca la maceta que traía escondida; se ve ahora una planta hermosa.) ¡No! ¡No es posible!
LOPECITO: ¿Qué le parece? (A Rovira, que se acerca, interesado.) ¿Y usted, que decía que no podía crecer nada, eh? ¿Qué me dice?
LILI: ¡Es una planta preciosa!
ROVIRA: ¡Qué raro que haya salido!, ¿no? Bueno, voy a terminar de ajustar el paracaídas y me pondré a seguir con los otros; así podremos salir de aquí lo antes posible; todo este lugar se mueve que da gusto; si seguimos así, podremos estar teniendo que saltar en cualquier momento. (Sale).
LILI: (A Lopecito, de pronto.) Tengo miedo, señor López.
LOPECITO: (Se sienta a su lado.) Vamos, usted es una chica valiente; no tiene que ponerse así.
LILI: Es que, por primera vez, desde hace mucho, mucho tiempo, me siento tan bien. ¿Sabe?, voy a tener un hijo, señor López.
LOPECITO: ¿Un hijo?, Liliana, ¡eso es estupendo! (La besa).
LILI: Por eso tengo miedo; pienso en todo lo que nos puede pasar todavía; si pudiéramos seguir así, simplemente así, ¡sería tan feliz!, pero…
LOPECITO: Comprendo. (Vuelve Rovira con el paracaídas plegado; empieza a desplegarlo y ajustarlo. Lopecito saca su cuchillo y una pieza de madera y la talla).
ROVIRA: Y ese ajedrez, ¿cómo anda?
LOPECITO: Es la última pieza. Después jugamos, ¿quiere?
ROVIRA: Está bien. (Liliana, de pronto, deja escapar un gemido y esconde la cara entre las manos. Alarmado.) Liliana, ¿qué te pasa?
LOPECITO: ¿Se siente mal?
LILI: ¡No! ¡No! (Se levanta y los enfrenta.) ¡No entiendo cómo pueden seguir así! Estamos portándonos como chicos que juegan al borde de un volcán, esperando que estalle, y sin hacer nada. ¡Estamos fingiendo que somos personas normales, pasando un día de campo en algún lugar del mundo, y ni siquiera sabemos si existe todavía el mundo! ¡Es como si nos estuviéramos volviendo como el señor y la señora Texi, que todavía no se dieron cuenta de nada!
LOPECITO: Quizás por eso siguen siendo felices.
LILI: ¡Si eso es felicidad, se la regalo!
ROVIRA: Yo no sé por qué hablás así, Liliana. Sí estamos haciendo algo para salir; pronto tendré terminados los otros paracaídas, y podremos salir, y buscar la tierra.
LILI: (Ríe.) ¿Y si no hay ya tierra? ¿Y si pasa algo antes? ¿Y si…? (Rovira le tapa la boca con su mano).
ROVIRA: No hay que pensar en eso.
LOPECITO: Claro que no.
LILI: Pero, ¿cómo pueden ser así?, no lo entiendo, esto es espantoso, y ustedes… lo más tranquilos.
LOPECITO: Bueno, ahora no hay mucho para hacer; quizás lo malo fue que nos quedamos tan tranquilos… antes.
LILI: (Sin entender.) ¿Antes?
ROVIRA: ¿Qué quiere decir?
LOPECITO: (Saca algunos recortes de diarios.) Hace un tiempo encontré estos pedazos de diarios y estuve leyéndolos, son de los últimos días que pasamos allá. Escuchen esto: “Gracias al ingenio de los científicos, la bomba atómica es ya un invento pasado de moda; la guerra del futuro será sin duda la guerra bacteriológica. Así será posible envenenar a poblaciones enteras, simplemente con esparcir un virus en el país que interese; el mal no será pasajero sino que se trasmitirá por herencia”.
LILI: Eso es espantoso.
LOPECITO: ¿No escuchó hablar del tema?
LILI: No en forma clara. Algo se decía de eso, pero siempre creí que eran sólo amenazas para asustarse entre países, qué se yo. Nunca entendí nada de política.
LOPECITO: (Sigue leyendo.) “Hay actualmente almacenados ciertos tipos de virus en los grandes laboratorios: el de la fiebre amarilla; el de la encefalitis; el de la fiebre tifoidea…”.
ROVIRA: ¡Basta ya con todo eso! ¿Qué quiere decirnos con esas tonterías?
LOPECITO: (Se aparta y sigue leyendo.) “Es fácil hacer saltar el casco polar mediante una explosión nuclear; las marejadas que seguirán, provocarán una serie de catástrofes en los países elegidos como blanco. (Rovira se le acerca, amenazador; Liliana está temblando, Lopecito sigue leyendo, tratando de evitar que Rovira le quite el diario que lee.) Se puede mezclar cierta cantidad de gas incapacitante en el agua potable que beben los habitantes de la sociedad en cuestión y volverlos así imbéciles”. (Rovira logra arrancarle las hojas del diario y las tira al vacío).
ROVIRA: ¡Basta ya con eso!
LOPECITO: Lo que se preguntaba el periodista que escribió este artículo, al final, era si este tipo de guerra iba a dejar sobrevivientes; interesante, ¿no? (Sereno, a Rovira.) ¿Por qué le molesta que se hable del tema?, usted sabía que se estaban haciendo estos programas, ¿no es cierto?
ROVIRA: Claro, ¿quién no lo sabía?
LILI: Muchos, muchos no lo sabíamos, no lo creíamos.
ROVIRA: Pero todo eso no se iba a usar. ¡Eran sólo medios de defensa en el sentido psicológico!
LOPECITO: ¿Y no se usaban ya? ¿Está seguro de lo que dice?
ROVIRA: Bueno, creo que sólo se experimentaba, nada más.
LOPECITO: Claro, claro. (Se sienta, triste.) Ahí lo tiene; al final, nadie lo tomaba en serio. Todos sentados tranquilos, leyendo estos diarios como si hubieran sido noticias sin importancia; y ustedes, los grandes ejecutivos, cuidando de aumentar su fortuna, sin preocuparse por el tema.
LILI: ¡Qué espantoso! Pensar que… que estábamos viviendo con todo esto a nuestro lado; y sin saberlo, o sin pensarlo.
LOPECITO: Por eso es que yo le decía, qué idiotas que fuimos antes, cuando nos quedamos tan tranquilos, como si todo esto no tuviera nada que ver con nosotros.
ROVIRA: Es que no era asunto nuestro, ¿usted no entiende?
LOPECITO: (Con sorna.) ¿De veras?
ROVIRA: (Enojándose.) Y dígame: ¿dónde estaban los que sí sabían: los cultos, los intelectuales, qué fue lo que hicieron para evitar problemas, dígamelo? ¡Usted también es un tipo educado, ¿no? ¿Qué hicieron ustedes, sabihondos? ¿Por qué no evitaron todo esto? ¿Qué hicieron?
LOPECITO: (Después de un tiempo.) Nada. Hubo quienes hicieron manifestaciones y gritaron que había que hacer algo; pero no los escucharon. Y hubo también quienes escribieron poemas y canciones sobre el tema y sobre el fin del mundo, pero de hecho no movían un dedo para evitarlo; quizás porque tampoco lo tomaban en serio, no sé. O quizás, porque no se veía que la destrucción de una parte sería la destrucción de todo. Sí, hubo quizás quienes soñaron con una catástrofe que terminara con lo que estaba podrido, sin comprender que iba a saltar todo.
LILI: ¿Cómo dice? No lo entiendo.
ROVIRA: Ahí lo tiene; otra vez hace literatura; sólo frases para acusar a otros, nada más.
LOPECITO: Una vez leí algo que dijo alguien en una conferencia científica internacional; hablaba sobre lo que podía pasar, y dijo que había que comprender que todos éramos como hermanos siameses; y que nadie se iba a salvar si el otro moría; y que había que pensar en eso en vez de seguir acumulando armas como ésas, pero no lo tomaron en serio, que yo sepa.
LILI: ¡Qué tontos fuimos! Claro que…, yo nunca pensé sobre el tema, no me importaba demasiado, además…, siempre me había ido tan mal…, pero los que tenían familia, hijos, ¿cómo no se preocuparon? No lo entiendo.
ROVIRA: Yo no tenía tiempo para pensar en esas cosas; ahora me da rabia no haberlo hecho. Y me dan rabia otras cosas, muchas otras cosas. ¿Sabe, señor López?, creo que fui un imbécil. (Lopecito lo mira, serio, y retoma su trabajo.) Me gusta eso.
LOPECITO: ¿Qué?
ROVIRA: Lo que más me gusta de usted es que no es hipócrita. Yo digo que fui un imbécil y usted se calla, como diciendo: Y…, si usted lo dice.
LOPECITO: Discúlpeme, yo…; no quise decir eso, es que…
ROVIRA: Ya sé. (Le palmea amistosamente en la espalda).
LILI: Estaba pensando…, que entonces nosotros somos los sobrevivientes; quizás los únicos, ¿eso es importante, no?
LOPECITO: ¿Los sobrevivientes? No, yo creo que somos los sobremurientes; lo nuestro allá no era vivir de veras; no sabíamos vivir.
ROVIRA: (Seguro y confiado.) La próxima vez, cuando volvamos a la tierra, todo será distinto, ya verán; no me van a agarrar otra vez desprevenido, todo será distinto.
LOPECITO: Claro, tendrá su paracaídas preparado.
ROVIRA: ¿Cómo?
LOPECITO: Nada. Nada. (A Liliana.) Y usted, Liliana, si pudiera volver, ¿qué es lo que haría?
LILI: Volvería a mi pueblo, como quería mi abuela. Ella me escribió antes de morir. Me pidió que volviera; me dijo que la ciudad también me había encantado a mí; pero que podía librarme de la jaula si lo quería de veras, si era fuerte. No volví entonces. Ahora volvería; todo sería distinto, muy distinto. (Se escuchan unos ruidos fuertes; se sobresaltan y escuchan; después de un tiempo, los ruidos cesan).
LOPECITO: El vientre de la ballena.
LILI: ¿Qué dice?
ROVIRA: Está loco, no hay caso.
LOPECITO: Fuimos unos Jonases masoquistas, unos Jonases suicidas en el vientre de la ballena, y no lo sabíamos. La destrucción o la salvación dependían de nosotros, y no nos preocupamos por entender. (Mira a los otros.) ¿No se acuerdan de la historia de Jonás y la ballena? (Ellos niegan con la cabeza.) El viejo Texi habla siempre de un Jonás, después de comer; es la única palabra que le entiendo, por eso me hizo recordar la historia. Es de la Biblia. Pasó una vez que Dios, enojado, ordenó a Jonás que avisara a Nínive, una ciudad pecadora y corrompida que, a menos que cambiara de conducta, sería destruida. Pero Jonás no lo hizo, porque creía que Nínive debía ser destruida; no habló y huyó en un barco, y Dios desencadenó entonces una terrible tempestad.
LILI: ¿Y qué le pasó a Jonás?
ROVIRA: ¡Esto es lo único que nos faltaba: historias de la Biblia! (Sigue trabajando.) ¡Estamos cada vez mejor!
LOPECITO: (A Liliana.) Los marineros, para calmar a Dios, arrojaron a Jonás al mar; pero Dios hizo que fuera tragado por una ballena; y en el vientre de la ballena pasó tres días y tres noches, y se arrepintió por haber pretendido ser el juez de sus hermanos. Dios lo ayudó a salir y llegar a Nínive y, gracias a su prédica, la ciudad fue salvada del castigo. No recuerdo bien toda la historia, pero lo que siempre me interesó fue qué le pasó a Jonás mientras estaba en el vientre de la ballena. Creo que comprendió que había que tratar de salvar la ciudad, a pesar de todo lo malo que había en ella. (Pausa.) ¿Saben?, creo que también nosotros estábamos al final viviendo ahí mismo, en el vientre de la ballena, sin saberlo; todo dependía de nosotros; nosotros debíamos tratar de salvar la ciudad, y no lo hicimos.(Pausa.) Sí, si pudiera volver, yo sabría qué hacer ahora allá, en el vientre de la ballena.
LILI: ¿Qué haría?
LOPECITO: Pelearía para hacer cambiar a Nínive, para mejorarla, ¡y para salvarnos todos, claro! (Se vuelven a escuchar los ruidos mucho más fuertes y alarmantes; los tres se levantan, asustados).
LILI: ¿Qué será?
LOPECITO: ¡Es más fuerte que las otras veces!
ROVIRA: ¡Esto se está moviendo! ¡Cuidado! (Ayuda a Liliana a sostenerse. Se escuchan gemidos de lejos).
LILI: Es la señora Texi; sí…, ¡viene de ese lado!
LOPECITO: ¡Vamos! ¡Algo está pasando! (Ayudándose entre ellos y evitando las grietas que se abren peligrosamente por todos lados, van saliendo hacia el fondo. APAGÓN).

CUADRO V: El lugar está en la oscuridad; se ven algunas figuras que se acercan; se escuchan sus voces.

ROVIRA: ¡Señora Texi…!
LILI: ¡Señora Texi…; señor Texi…!
LOPECITO: Texi, Texi… (Se escuchan algunos sonidos ahogados y, por fin, la voz de la vieja).
VIEJA: Cola… Cola…
ROVIRA: ¡Por aquí! (Saca unos fósforos; los encienden; Lopecito encuentra una lámpara antigua y la enciende, así logran ver el lugar. Todo se está moviendo; la mayor parte de los objetos se han caído y queda poco terreno firme; por todos lados, grandes huecos; a un lado, todavía está el sillón hamaca, con la valija y el receptor. En un hueco, se ve a medias al Viejo que está leyendo el diario; cerca, en otro hoyo, la Vieja, limpiando un plato. Los otros tres se miran horrorizados).
LILI: ¡Se está cayendo todo!
LOPECITO: ¡Miren, la casa… se hundió; y todas las cosas…, cuidado!
ROVIRA: La casa…, la heladera…; todo.
LOPECITO: Y ahora, ¿qué vamos a hacer?
LILI: Nos arreglaremos, ya verán…; ¡nos arreglaremos!
VIEJA: Texi…, Texi…
LOPECITO: (Corre hacia los viejos.) ¡Pronto, hay que sacarlos!
ROVIRA: ¡Una cuerda! ¿Dónde diablos estarán las cuerdas? (Buscan entre los objetos que todavía se mantienen).
VIEJA: (Al viejo, contenta.) Esta noche estuviste roncando mucho, ¿sabés? ¡No tenés que fumar tanto!
VIEJO: ¡Ssshhh! ¡Déjame leer!
VIEJA: Con esta luz, sería mejor que no leas. ¿Qué habrá pasado?
VIEJO: Un cortocircuito, nomás. Ya lo deben estar arreglando.
LILI: (Asomada a los huecos, viendo cómo se hunden.) Pero, ¿cómo es posible que no se den cuenta todavía? ¡Es espantoso!
ROVIRA: (Se acerca, desanimado; seguido por Lopecito.) No hay cuerdas. (Liliana lo mira, él se encoge de hombros.) No podemos ayudarlos; todo está cediendo.
LOPECITO: (Mirando.) Por lo menos, no sufren. (Alguno de los objetos grandes que todavía quedaban, cae con gran estruendo. Se estremecen).
VIEJA: (Saca el plumero; sólo se la ve hasta la cintura; limpia a su alrededor todo lo que puede.) ¡Cuánto polvo!, ¡parece mentira; no entienden que no se puede vivir en medio de tanta mugre! ¡Si seguimos así, nos agarraremos una infección, ya verás!
VIEJO: ¡Ssshhh! (Se escuchan sonidos del televisor que no se ve; quizás el cuac-cuac).
VIEJA: ¿Qué pasa?
VIEJO: (Contento.) ¡Creo que el televisor está andando otra vez! ¡Qué bueno! ¿No te dije que no había de qué preocuparse? ¡Cualquier problema que haya, te lo arreglan desde la central! ¿No te lo dije? (Se va hundiendo).
LOPECITO: Se hunden.
ROVIRA: ¿Y si probamos con unos palos? (Miran alrededor, buscando.) No, no quedan.
LILI: Hagan algo, por favor.
LOPECITO: Creo que no podemos hacer nada, Liliana. Pobre señora. (Se inclina hacia la vieja; ya sólo se le ve la cabeza. Con ternura.) Texi…, Texi…
VIEJA: (Al viejo, ya casi no se lo ve.) No te olvides de taparte bien los pies esta noche; hace frío; y quizás así no vas a roncar. (Sonido vago del viejo. A Lopecito, sonriente.) Cola.
LOPECITO: Texi.
VIEJA: Cola. (Se hunde.)
LILI: (Mirando por el hueco.) No la veo. (Se mira, desesperada, con Lopecito que, de pronto, se estremece.) ¿Qué le pasa?
LOPECITO: (A Rovira.) ¡El paracaídas! ¿Dónde está?
ROVIRA: ¡Lo dejé allá! (Sale corriendo y Lopecito detrás de él. Liliana se inclina hacia el pozo del viejo).
LILI: Señor Texi…, ¿sabe?, voy a tener un hijo. ¿Me oye? Un hijo.
VIEJO: ¡Sssshhh! (Desaparece; se escucha un tiempo el sonido de la televisión. Liliana, con dificultad, va hasta la valija y la levanta; todo el lugar se está hundiendo; ella se sienta en el centro, con la valija al lado; sacude varias veces el receptor de radio y se queda mirándolo. Mientras tanto, al otro lado, se ilumina la zona anterior a un nivel más alto; Lopecito y Rovira están peleando furiosamente entre ellos; por fin, Lopecito saca su cuchillo; Rovira retrocede).
LOPECITO: Será para Liliana, ¿entendido?
ROVIRA: ¿Y se cree que me va a convencer con eso? (Lopecito asiente.) Está bien. Usted gana. Vamos a llevárselo. (Lopecito levanta el paracaídas; cuando está distraído, Rovira lo ataca y le saca el cuchillo.) ¿Usted se creía que iba a ser más fuerte? A mí nadie me da órdenes, señor López, ¿entiende? Nadie.
LOPECITO: (Desanimado.) No debí confiarme; soy un tonto. Está bien, máteme ahora. Y tírese, ¿qué más quiere? Hágalo.
ROVIRA: (Recoge el paracaídas.) Vamos.
LOPECITO: ¿Para qué? Póngaselo y tírese, así estará a salvo.
ROVIRA: (Amenazante.) ¡Vamos, le dije, gusano tonto! (Dificultosamente, avanzan entre apagones que crean la impresión de un camino largo y sinuoso hasta volver cerca de Liliana que, al verlos, reacciona, sorprendida).
LILI: ¿Volvieron?, ¡qué bueno!
ROVIRA: ¿Y qué creías?, ¿que no íbamos a volver? Vamos. (Se arrodilla a su lado y le coloca el paracaídas. Lopecito lo mira, asombrado.) El brazo por aquí…; a ver…, y esta correa…, sí, así es. En el momento en que saltes, tendrás que tirar de este alambrecito, ¿entendés?
LILI: Pero, es que…
ROVIRA: No tengas miedo; va a funcionar; lo probé varias veces.
LILI: No puedo irme y dejarlos; no puedo hacer eso. (Trata de sacarse el paracaídas, pero Rovira se lo impide).
ROVIRA: ¡Tenés que hacerlo! (Ella niega con la cabeza, llora).
LOPECITO: (Se le acerca y le toma las manos.)Tiene que hacerlo, Liliana; usted sabe por qué. Usted lo sabe, ¿no es cierto? (La obliga a mirarlo. Ella termina por asentir).
LILI: Sí, pero… (Un sector de la escena se derrumba con estrépito; se corren un poco).
LOPECITO: (Se sienta donde puede.) Esto se está poniendo feo, señor Rovira. (Saca cigarrillos y le ofrece.) ¿Quiere?
ROVIRA: (Se sienta cerca.) Gracias.
LOPECITO: (Tratando de orientarse en la penumbra.) ¿Ustedes ven mi valija por algún lado?
ROVIRA: (Que estaba cerca, se la alcanza; él la toma.) Aquí la tiene.
LOPECITO: (A Rovira.) Lamento haberme portado como un tonto antes; no sé qué me pasó.
ROVIRA: Los dos nos portamos como unos tontos. ¿Qué se creía que era yo, un imbécil que no iba a saber qué hacer? (Se miran fijamente. Enojado.) Esto es un juego sucio; pensar que ya nos habíamos arreglado tan bien aquí; estábamos bien instalados; nos arreglábamos para comer algo; esperábamos noticias de un momento al otro.
LOPECITO: Podíamos hacer planes para el regreso…
ROVIRA: Y ahora… (Liliana se sienta a su lado y lo abraza.) Ahora que estaba empezando a entender algunas cosas… (Enojado.) ¡No pueden hacerme esto a mí! ¡No pueden! No lo perdonaré jamás, ¿me entienden? ¡Ya verán! (Se escucha otro ruido muy fuerte).
LOPECITO: (Señala.) Se cayó la otra parte. Mejor nos corremos más para este lado. (Lo hacen).
ROVIRA: ¡Y ese maldito receptor que sigue mudo! (Está a punto de arrojarlo, pero Lopecito se lo impide).
LOPECITO: ¡No! ¡No haga eso! ¡Todavía pueden localizarnos, en cualquier momento! ¡Déjelo! (Arregla con cuidado la macetita que ha traído y, con ternura, se la da a Liliana.) Cuídela bien, ¿eh?
LILI: Se lo prometo. Mire…, hay un brote nuevo…, ¿lo vio?
LOPECITO: A ver; ¡sí, qué bueno! (Se sienta y toma su valija.) Me pregunto si…, si esto demorará mucho.
ROVIRA: No creo, va bastante rápido ahora. (A Liliana.) ¿Por qué no saltás ya? (Ella niega con la cabeza, llora).
LOPECITO: Quizás, cuando caigamos, encontraremos otro lugar como éste, ¿quién les dice que no puede ser, y que esto sea sólo un cambio de sitio, y podremos arreglarnos allá así como lo hicimos aquí? (A Liliana.) Usted sólo se adelanta para esperarnos, ¿entiende?
ROVIRA: Quizás encontraremos allá a la señora y al señor Texi, y podremos celebrar otra fiestecita juntos, sería lindo, ¿no?, volveríamos a ser felices juntos, como una verdadera familia, ¿no?
LILI: (Lo mira, extrañada.) ¿Volver a ser felices?, ¿lo decís en serio?
ROVIRA: (La mira intensamente.) Sí.
LOPECITO: Y la próxima fiesta importante, debería ser ya allá abajo, en la tierra, ¿no les parece?, reunirnos todos para festejar, por ejemplo, el próximo año nuevo; ¿qué me dicen?
ROVIRA: Por mí, está bien.
LILI: Está bien, pero, ¿dónde nos encontramos?
LOPECITO: Creo que… (Trata de levantarse, pero no puede.) No puedo levantarme.
ROVIRA: Yo empiezo a hundirme. ¡Saltá ya, Liliana, o no podrás hacerlo!
LILI: (Se prepara, al borde del vacío.) ¿Dónde nos encontramos? ¡Pronto!
LOPECITO: Ya sé; al pie del obelisco, en Buenos Aires. ¿De acuerdo?
ROVIRA: De acuerdo.
LILI: Ahí estaré. Aunque sea lejos del pueblo.
ROVIRA: ¿Del pueblo? ¿Es que pensás de veras ir allá?
LILI: Sí. Mi hijo…, no llevará la marca.
ROVIRA: ¿Qué marca?, ¿de qué estás hablando?
LILI: La marca de la jaula; él será libre; se criará lejos de todas las jaulas.
ROVIRA: No podés hacerme eso; ¡él tiene que ocupar mi lugar!
LILI: No, él será feliz.
LOPECITO: Salte ya, Liliana, o será tarde. (Ella lo besa rápidamente y abraza a Rovira; después, ayudada por los dos, salta. Miran hacia abajo, siguiéndola con la mirada.) Va bien; se abrió perfectamente; ¿la ve?
ROVIRA: Sí; ese paracaídas es algo extraordinario, ¿no le decía yo? (Se escucha un tiempo la voz de Liliana que canta suavemente. Pausa.) ¿Cómo está, señor López?
LOPECITO: Estoy bien.
ROVIRA: La lámpara se está apagando.
LOPECITO: Debe estar por caer. Se mueve.
ROVIRA: ¿No puede alcanzarla?
LOPECITO: No puedo mover los brazos. ¿Y usted?
ROVIRA: Sólo la mano derecha. (Se van hundiendo, a ambos lados de la valija, sobre la cual está el receptor.) Trate de sacar una mano; así lo sostendré. (Lopecito, con gran esfuerzo, lo consigue; Rovira aferra su mano, por encima de la valija.) ¿En qué piensa?
LOPECITO: Estaba tratando de recordar el sol; y la cara de Diana, la última vez…, sonreía…; también la chiquita sonreía.
ROVIRA: Usted…, y sus recuerdos; ¡qué manía! (Pausa.) Minutos de vida; era eso, ¿verdad? (Lopecito murmura su asentimiento.) Yo también estaba recordando…; esa vez, cuando me agarró la fiebre y, al despertar, lo Vd. a usted, cuidándome; o cuando usted se cayó a un pozo, y yo no lo podía sacar…, y recé, ¿sabe?, nunca se lo dije…, pero recé para poder salvarlo, y cuando lo saqué…, lloré. ¿Me oye?, ¡no afloje, caramba! ¡No puede aflojar ahora! (Pausa.) Y la noche de la fiesta, cuando bailamos con Liliana; y cuando todos nos emborrachamos, hasta el señor Texi se emborrachó, y bailó, ¡cómo nos reímos! Y antes, cuando nos peleamos, yo pensaba: ¡qué tonto, cree que quiero el paracaídas para mí! ¿Sabe, señor López?, si pudiera empezar de nuevo, allá abajo, ahora todo sería distinto, en serio. ¿Se cree que yo estaba contento?, no, lo que más hubiera querido era tener una zapatería chiquita, que la pudiera atender sólo, pero no podía hacer eso, ser un fracasado como mi padre que no logró nada en su vida. Clara no lo pudo entender; pero yo tenía que triunfar, ¿comprende? (Se va cansando.) Señor López; haga un poco de fuerza, ¿me oye? No puede aflojar así. No puede hacerme eso.
LOPECITO: (Suave.) Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé…; “serán los potros de bárbaros atilas…, o los heraldos negros que…”. Yo no sé.
ROVIRA: Un poco más, señor López. ¡Vamos!
LOPECITO: Lo siento. No puedo. No puedo más.
ROVIRA: ¿Sabe?, antes tuve un sueño. Era como el de siempre, pero era distinto; yo tomaba el tren con los otros, pero ahora tenían cara, los veía sonreír, me hablaban, y cuando nos bajábamos, yo entraba con ellos, y trabajábamos juntos todo el día, y cuando salíamos, volvíamos todos a nuestras casas. Y yo me sentía feliz, muy feliz. Miraba la cara de alguien que tenía al lado, y era su cara, señor López; y alguien me daba la mano, y era Liliana. ¡No, señor López, no haga eso; no puede soltarse…, no! (La mano de Lopecito se suelta; Rovira, haciendo un gran esfuerzo, se trepa un poco y mira hacia abajo.) Señor López, dígame, ¿cómo es su primer nombre? Muchas veces se lo quise preguntar, pero lo olvidaba; ¿cómo es? Señor López… Lopecito… (Llora, apoyado en la valija.) Lopecito… ¿No se olvidará de la cita, verdad? ¿No se olvidará? (Se oscurece más la luz de la lámpara. Rovira va desapareciendo. De pronto, se escucha la voz del receptor).
VOZ: ¡Amigos míos! ¡Por fin! ¡Ahora veo algo! ¡Y me estoy acercando a toda velocidad! ¡En cuanto llegue volveré a comunicarme con ustedes! ¡Esto es fabuloso! ¡Sí! ¡Es la tierra! ¡Ya sabía yo que la volvería a encontrar! ¡Ya lo sabía! ¡Qué hermosa! ¡Tierra! ¡Tierra! ¡Pronto iremos por ustedes! ¡Vayan pensando en lo que van a hacer cuando lleguen! ¡Hasta la vista, amigos! (Empieza a cantar la canción: “La próxima vez; qué felices seremos en la tierra, la próxima vez”. En el escenario la luz se apaga completamente, sobre la valija y el sombrero de copa. Después de un tiempo, se puede escuchar las voces de los cinco personajes que corean la canción junto a la voz del receptor y, al hacerse luz, se ve a los cinco que cantan alegremente la canción, subidos en una especie de columpio que se balancea de un lado al otro y, por fin, desaparece hacia un costado).


F I N


© Todos los derechos reservados.

lunes, 17 de septiembre de 2007

CORPUS

Autor: Roxana Aramburú
Contacto: lobiaramburu@yahoo.com.ar

"...¿Soy yo, acaso, el guardián de mi hermano?..."

ESCENA I
Marta y Norma, próximas a los 50 años, están en un gimnasio-spa (*). Marta sobre la bicicleta fija, empieza a pedalear, se baja y busca una toalla. Se la pone en el cuello, se mira en el espejo para ver cómo le queda. Se sube, vuelve a bajarse y cambia la toalla, prueba el color contra su cara en el espejo. Vuelve a la bicicleta, pedalea frenéticamente. Se baja y golpea la tapa de una cápsula de relajación o flotario donde se encuentra Norma.lobiaramburu@yahoo.com.ar
MARTA: - ¿Te falta mucho? (Frase ininteligible de Norma) Abrí, que no se entiende.
NORMA: - (Grita desde el interior) No puedo interrumpir en cualquier momento. Después te cuento.
Marta mira el reloj, aburrida. Se acuerda de la bicicleta, se sube otra vez, pedalea rápidamente. Siente algo en la pierna, un principio de calambre; baja, saca de un bolso una banana. La empieza a pelar, se ve en el espejo, advierte que está sola e intenta una pose sexy, pero ve algo que la preocupa: un rollo. Trata de disimularlo estirando el cuerpo. Finalmente da la espalda al espejo y se mete la banana entera en la boca. Se abre la tapa del flotario. Se asoma Norma con dos rodajas de pepino en los ojos y una máscara. Marta masticando con dificultad, intenta hablarle.
MARTA: - Me fui hasta Mar del Plata y volví. En bici.
NORMA: - Ah, lo mío fue un viaje astral. Las cosas que experimenté...
MARTA: - (Mirando el interior de la cápsula) Yo creo que ahí me tienen que entrar con anestesia general.
NORMA: - Yo estoy acostumbradísima. Ya llevo hechas tres resonancias y una T.A.C.
MARTA: - Sacate los anteojitos, por favor.
NORMA: - (Se saca las rodajas) Qué increíble, funciona... mirá como quedaron. Hechos un pergamino.
MARTA: - ¿Ves mejor, ahora?
NORMA: - (Prueba con ambos ojos) No.
Marta sube a la bicicleta y pedalea. Norma sale de la cápsula, se pone una bata y se quita la máscara con un algodón.
MARTA: - Qué satisfacción pensar en que fui hasta la playa... ¡y sin moverme de acá! ¿No es hermoso?
NORMA: - Yo, en bicicleta... ¡Ah!, por la ruta andaba. Pero me molestaba el olor a bosta. Hay mucha contaminación. Y lo peor, son los zorrinos.
MARTA: - Ni lo digas. El año pasado fui a la playa. Tomé un lechero.
NORMA: - Esta crema es buena. Te deja lisita, lisita.
MARTA: - (Sin dejar de pedalear) ¡Qué lindos pueblos! En uno había una plaza preciosa, y enfrente una iglesia y un edificio que me parece era la municipalidad... y la policía. Me bajé para ir al baño. ¡Qué lindo! ¡Cómo caminé! ¡Esa plaza, qué hermosa! Seis horas caminé. Me quedó la cartera, nomás.
NORMA: - ¿Conocés Vedia?
MARTA: - (La mira) Vedia... No. No sé cómo se llamaba ahí. ¡Pero qué lindo! Sabés que allá la gente se dedica mucho al campo.
NORMA: - Vedia y Teodelina. (Se empieza a cambiar la ropa atrás de un biombo por calzas y zapatillas deportivas. Habla desde ahí hasta que sale) Colonia Morgan.
MARTA: - Yo conocí uno. Sembraba, me dijo. Con la cosechadora iba y plantaba, ¡qué lindo! Seis horas. Todavía debo tener el teléfono. ¿Cómo se llamaba?
NORMA: - Vedia.
MARTA: - No, no era Vedia. Era como con pe, o con efe... lo tendría que buscar....
NORMA: - (Recuerda y nombra) Vedia... Vedia.
MARTA: - ...y por ahí lo llamo. Un hombre buenísimo.
NORMA: - ¿Hay teléfono ahora en el campo?
MARTA: - Me contó la historia del Cristo que hay en la entrada. Hermoso. Con los brazos así, parece que te quiere agarrar.
NORMA: - Hasta luz debe haber.
MARTA: - Me la contó más veces...
NORMA: - Yo ya no puedo viajar en micro. Tengo que tomar un antiemético y un relajante muscular.
MARTA: - ¿Cómo era la cara? Le hubiera sacado una foto por lo menos, cuando le saqué a las vacas. Eran con cuernos, ¡pero vacas! Qué hermoso... charlamos mucho.
NORMA: - Y si me da el tiempo un antidepresivo.
MARTA: - Me contó de las papas, de los choclos, los girasoles... ¡qué linda la verdura! ¡Qué paz!
NORMA: - Y un antiflatulento. La última vez que viajé me dieron lasagna de espinaca y flan con dulce de leche. Todo junto en la misma bandeja.
MARTA: - ¡Qué necesidad de enamorarse que tenía ese hombre! Tan solo, allá, en las pampas.
NORMA: - Sería Vedia, entonces.
MARTA: - Me parece que no fue el año pasado... Uy, qué calor. Me tendría que haber puesto el jogging, cuando me puse las calzas. Vos estuviste bien, estás fresquita.
NORMA: - No. Estoy asada. ¿O me subió la presión?
MARTA: - Sí, estás coloradita. Tomátela, no dejes pasar. Te ponés nerviosa de nada.
NORMA: - De todo. Dame algo para la nuca.
MARTA: - Frío. Te doy una toalla mojada, no, esperá... ésta te combina más. ¡Qué linda te queda! Tomate la presión, dale. Yo también me la tomo, por las dudas. Dónde habré puesto el número. (Saca de una gaveta un tensiómetro. Intenta tomarle la presión a Norma, que está sentada.)
NORMA: - Dame, dame a mí, que vos no sabés.
MARTA: - Me enseñaste.
NORMA: - Sí, pero esto es serio, ¿entendés? Siempre hay que dejar al que sabe. (Muestra su destreza) Uy, tengo alta la mínima. 11.7
MARTA: - ¿Eso no estaba bien?
NORMA: - No. Tengo alta la mínima, madre, no me discutas.
MARTA: - A ver yo... tomame a mí.
NORMA: - Dejame descansar un poco.
MARTA: - ¿Vas a tomar algo?
NORMA: - Pasame el pastillero... un poco de silencio me viene bien.
Norma cierra los ojos y se tira hacia atrás en la silla. Marta busca dentro de la cartera de Norma el pastillero, pero se distrae mirando cosas que extrae y admira, como piezas únicas.
MARTA: - Vos descansá que te cuento del paisano.
NORMA: - ¿Qué paisano?
MARTA: - El de Vedia.
NORMA: - ¿Cómo de Vedia?
MARTA: - Bueno, para que te ubiques.
NORMA: - Dejá que me relaje. ¿Y la pastilla?
MARTA: - Acá está.
La mete en la boca de Norma y ésta la traga sin agua. Marta trata de tomarse la presión, pero no puede. Desiste. Le toca la ropa a Norma, que sigue con los ojos cerrados.
NORMA: - ¿Qué hacés?
MARTA: - Nada, me pareció linda la tela. Perdoname.
NORMA: - Andá a hacer abdominales.
MARTA: - Ya hice tres series de quince.
NORMA: - Eso es poco.
MARTA: - Tendría que haber hecho lagartijas, cuando me puse con los abdominales, ¿no?
NORMA: - Hacé ahora.
MARTA: - (Agarrándose un rollo) Estoy más panzona, decí la verdad... esto no me baja, yo no sé cómo hacés vos. Estás cada vez mejor.
NORMA: - (Sonríe levemente) Bueno, tampoco es para tanto...
MARTA: - Estás re linda, ¿quién puede decir la edad que tenés?
NORMA: - (Se arranca la toalla que tiene en la cabeza y se incorpora repentinamente) ¡Nadie! ¿Escuchaste?, ¡nadie! Vos tampoco podés decir cuántos tengo.
MARTA: - Está bien.
NORMA: - (Severa, la señala con el dedo) Va nuestra amistad en esto.
MARTA: - Ya sé, ya me lo dijiste... pero acá estamos solas.
NORMA: - No importa. El que quiere escuchar, escucha. Andá a saber si acá al lado no apoyan un vaso contra la pared. Ay...
MARTA: - ¿Qué, qué te pasa?
NORMA: - Me duele la cabeza.
MARTA: - ¿Querés un tecito?
NORMA: - Bueno. De cedrón. El de tilo me da taquicardia.
MARTA: - (Saca agua caliente de un dispenser) A mí la yerba despalada me da.
NORMA: - (Se pone la toalla en la nuca) Pero ojo, a mí me da porque tengo PVM.
MARTA: - ¿¿¿Y eso???
NORMA: - Prolapso de válvula mitral.
MARTA: - Aia.
NORMA: - Chichilo dice que no es nada, que es un "hallazgo" nomás. Pero yo no le creo.
MARTA: - Y, lo mejor es consultar a otro. Siempre Chichilo, siempre Chichilo... Una segunda opinión.
NORMA: - Voy por la quinta. ¿Me hacés unos masajes? Tengo un nudo acá atrás.
MARTA: - (La masajea) ¡Qué firmes tenés los músculos! Ni parece que tuvieras problemas cardíacos.
NORMA: - ¿Viste? Hago dorsales.
MARTA: - A mí me da miedo ese aparato. No sé, pasarte ese fierro por ahí atrás... me parece que me descoyunto. Debo tener dos bolsas abajo de las paletas.
NORMA: - Omóplato se dice.
MARTA: - No está hirviendo... ¿lo hago igual?
NORMA: - El agua del té tiene que hervir. Antes usaba un termómetro para controlar el agua del mate.
MARTA: - El paisano la probaba con el dedo. Tenía unos dedos así de gruesos, si vieras.
NORMA: - ¡Qué cochino! ¿Después de la quinta?
MARTA: - ¿De la quinta qué?
NORMA: - Bueno, ¿cómo le decía? ¿Huerta?
MARTA: - Ah, no... No estaba trabajando.
NORMA: - ¿Y tomaste mate con él? (Marta la mira sin contestar) Por ahí es por eso que te da taquicardia la yerba... te acordás.
MARTA: - (Sin dejar de mirarla, como perdida) Te gusta cargadito, ¿no?
NORMA: - Sí.
MARTA: - (Va a preparar el té) Viste cómo te conozco los gustos...
NORMA: - Mi tía tomaba té y temblaba de pies a cabeza.
MARTA: - Ah, yo eso lo vi en una película. ¿Y de qué era el té?
NORMA: - Té de té.
MARTA: - Qué raro... ¿y vos no heredaste eso?
NORMA: - Por desgracia, no.
MARTA: - (Sorprendida) ¿Por desgracia, no?
NORMA: - ¿Dije eso?
MARTA: - No, a lo mejor me pareció a mí.
NORMA: - Me parece que estás perdiendo un poco el oído. ¿Consultaste?
MARTA: - ¿Sabés qué cosa no escucho? Los silbatos.
NORMA: - ¡Estás perdiendo el registro de agudos!
MARTA: - Ya me pasó dos veces. Mirando un partido por televisión -nada- y con el que pasea perros.
NORMA: - (Entusiasmada) ¿Venía para acá?
MARTA: - No, lo vi desde la ventana... ahora tiene otro perro más. Es un Lassie.
NORMA: - Se llaman Collie. ¿O a los ovejeros les decís Rin-tin-tín? Ay, yo pensé que venía al gimnasio...
MARTA: - Uno de esos rintintines tenía el paisano. No sabés qué lindo.
NORMA: - A algún gimnasio debe ir. ¡Tiene un lomo!
MARTA: - En esa época yo escuchaba mejor, ¡cómo ladraba ese perro! ¿No me habrá dejado sorda él? O el paisano... te hablaba como si estuvieras lejos, del otro lado del alambrado. Ah, mirá lo que sé hacer. Parate allá y hablame.
NORMA: - (Va al extremo opuesto y desde ahí le habla) Qué bíceps tiene el pendejo.
MARTA: - Más bajo, moviendo los labios... vas a ver cómo te los leo.
Norma mueve los labios y Marta lee.
MARTA: - Qué cuádri... qué cuadrillé!
NORMA: - Cuádriceps.
Repiten el procedimiento.
MARTA: - ¡Glúteos!
NORMA: - (Sorprendida) Sí... ¿Dónde aprendiste?
MARTA: - (Misteriosa) Ah... Dale, otra más.
Otro intento.
MARTA: - ¿Eh? ¡No vale inventar palabras!
NORMA: - Já- já. Esternocleidomastoideo. ¡Te maté!
MARTA: - ¿Qué te costaba dejarme probar? Decir algo más fácil, ¿de dónde sacaste eso?
NORMA: - (Se sube a la cinta y camina) Ay, madre, madre... del hospital. Ahora me siento mejor.
MARTA: - (Se sienta en una camilla y se pone pesas en los tobillos) Ah, sí... el hospital.
NORMA: - (Inspira como si fuera por un bosque) El olor de la resina, después de la lluvia... los helechos, los musgos...
MARTA: - ¡Qué lindos los bosques del sur! Nunca fui. Muy lejos.
NORMA: - Mis mejores años pasé ahí.
MARTA: - ¿Viviste allá?
NORMA: - En el hospital. Olor a alcohol, a pervinox, a lavandina, a farmacia... Uf... Aprendí un montón de cosas.
MARTA: - Sí... los médicos siempre te enseñan algo.
NORMA: - Yo podría haber sido médico, ¿sabés?
MARTA: - Médica.
NORMA: - Médico.
MARTA: - ¿Y por qué no fuiste?
NORMA: - El amor. Pero me recibí de decoración de interiores. No sabés cómo te ponía el consultorio. Daban ganas de enfermarse.
MARTA: - ¿Para tanto?
NORMA: - Te juro. ¿Sabés por qué quería ir al pediatra, yo? Porque el doctor tenía un Pinocho. Y si estaba muy enferma me dejaba que tirara del piolín, y Pinocho se movía.
MARTA: - Se moría. (Canta) “Y viendo que Pinocho se moría”.
NORMA: - (Bajando de la cinta) Leeme los labios: movía.
MARTA: - Ah, sí... dijiste movía. Pero Pinocho se moría.
NORMA: - Este se movía. Era una marioneta. Punto.
MARTA: - A mí me da frío acordarme del médico. Te hacía sacar la ropa y te apoyaba ese coso helado en la espalda.
NORMA: - Estetoscopio, animal. Antes hacía más frío.
MARTA: - Y más calor. Andá a salir a la siesta en enero...
NORMA: - ¿Y cómo llovía? Yo me acuerdo de las tormentas. Ahora no sé si llovió ayer.
MARTA: - (Sorprendida) ¿Ayer llovió?
NORMA: - No sé. De acá mucho no se ve. Te conviene usar mancuernas a la vez.
MARTA: - Allá llovió.
NORMA: - ¿Dónde? (Acondiciona una máquina) Me falta peso, acá.
MARTA: - En el pueblo. Se largó. Por eso me llevó a su casa. Sonaba con todo en el techo de chapa.
NORMA: - Mmmm. Qué romántico.
MARTA: - El paisano -qué buen tipo, no vas a creer- estaba preocupado por el granizo, "la piedra", le decía. Miraba para el campo y se le llenaban los ojos de lágrimas, che, mirando el choclo.
NORMA: - ¿Estás segura que no venía? El de los perros.
MARTA: - Duró poco, un par de horas.
NORMA: - ¿Después paró?
MARTA: - (Distraída) ¿Eh? Ah... sí. Después no llovió más.
NORMA: - ¿Pero qué otro gimnasio hay cerca? Para mí, es de acá.
MARTA: - No me gustaría vivir tan lejos. Es más, creo que no voy a volver a viajar.
NORMA: - Yo no sé si te conté, que no puedo viajar más. Después de la operación, me prohibieron. Y no puedo pasar el trapo.
MARTA: - A mí lo que me hace mal es salir de vacaciones. Vuelvo con ideas, no sé... No, mejor quedarse, si ¿qué hay para ver, más lejos? Lo mismo que acá. Es todo igual, sí. Todo lo mismo.
NORMA: - A Vedia yo no fui más. Tampoco como pollo.
MARTA: - No entiendo.
NORMA: - Por el eviscerador. (Con un gesto de asco) El forense.
MARTA: - ¿Qué? Dale otra vez que te leo.
NORMA: - (Descompuesta) No, era una pavada. Una pavada.
Ambas hacen ejercicios en aparatos. Se escucha solamente el chirriar de las máquinas.
MARTA: - Debe ser tarde, no se escucha gente afuera.
NORMA: - Tengo sueño. Hoy fue un día agotador.
MARTA: - Sí, te pasaste de rutina, ¿por qué no descansás?
NORMA: - Estaba pensando... ¿y vos?
MARTA: - No, yo no puedo dormir. (Abandona su rutina) Te envidio como te quedás así, planchada en dos segundos.
NORMA: - Porque me tomo una pastilla, tomate una y listo.
MARTA: - No me hacen efecto. Es otra cosa.
NORMA: - (Deja su rutina) Tomate dos.
MARTA: - Me duermo, pero me despierto enseguida. A los diez minutos estoy con los ojos abiertos.
NORMA: - ¿Probaste tres?
MARTA: - No. Yo sé qué me pasa, me despierto de golpe porque sueño que me estoy muriendo, así, dormida, me voy muriendo.
NORMA: - A mí me pasaba cuando era chica. Me dieron un jarabe y sanseacabó.
MARTA: - A mí me agarró de grande. Es tan... estúpido, ¿no?, pero me pasa. Alguien me hunde la cabeza en el agua. Me muero, me muero y salgo del fondo, boqueando.
NORMA: - Por eso estás así de ojerosa. No descansás. ¡Metete en el flotario!
MARTA: - Ni mamada. Me tendrían que obligar.
NORMA: - (La goza) ¿Tanto miedo te da?
MARTA: - (Disimula su terror) No.
NORMA: - Uy, yo me tomo un protector hepático. Me cayó mal el té.
MARTA: - ¿El té?
NORMA: - Son los agroquímicos... no te das cuenta pero se te acumulan y si llegan a la dosis letal, te morís. Te llegás a hacer una corrida electroforética, vos, que estuviste en el campo... ¿no pulverizaba el paisano?
MARTA: - ¿Qué? ¿Corrida qué?
NORMA: - ¿No le echaba veneno al choclo?
MARTA: - No, yo no lo vi... vos decís... que... ¿quería envenenarme? Pero... ¿por qué? Si yo no le iba a contar a nadie...
NORMA: - No, zonza. Por las plagas agrícolas. Los bichos.
MARTA: - (Presta atención repentinamente) ¿Escuchaste?
NORMA: - No.
MARTA: - Como un silbido.
NORMA: - ¿No era que no los escuchabas?
MARTA: - Por eso me llamó la atención. ¿Lo escuchás?
NORMA: - ¿No será mi soplo? A veces en el silencio total...
MARTA: - Norma, ¿cómo voy a escuchar un soplo? Pará un poco. Es otra cosa.
NORMA: - (Repentinamente desinteresada, se tira en una camilla) Debe ser la pérdida de gas de la caldera.
MARTA: - Sí... tenés razón. A veces se escucha ese mismo ruidito en las duchas.
NORMA: - Un día va a ocurrir una desgracia. Acordate lo que te digo. Haceme el favor, poné derecha esa zapatilla.
MARTA: - (Moviendo la zapatilla) ¿Así? ¿Más acá? Me voy para el baño turco. ¿Te apago la luz?
NORMA: - Bueno. Dejame la linterna cerca, que ayer la cortaron.
MARTA: - (La arropa con una manta) ¿Tenés hambre?
NORMA: - No, tengo el estómago revuelto. Poneme una almohada abajo de las rodillas, así puedo bajar bien la cintura.
MARTA: - (La acomoda) ¿Estás cómoda? Hasta mañana.
Apagón.

ESCENA II
Marta entra envuelta en una salida de baño. Norma renquea ligeramente.
MARTA: - Che, ¿qué pasa con la música?
NORMA: - No sé, hace unos días que no la ponen. ¿Todavía se escuchaba el chuifffff?
MARTA: - Sí. Anoche tampoco pude dormir.
NORMA: - Te va a hacer mal.
MARTA: - Encima pusieron una radio a todo volumen. ¿Me das algo, a ver si puedo?
NORMA: - (Le da un frasco) Tomate esto. Tarda en hacer efecto, pero te produce un R.E.M. espectacular.
MARTA: - Es desesperante. Me levanté quinientas veces, te miraba cómo dormías... vos no parecés enferma cuando dormís.
NORMA: - No estoy enferma. Bueno, sí, un poco sí.
MARTA: - (Se toma un par de pastillas) A mí me impresiona mi cuerpo, me imagino cómo soy por dentro y se me aflojan las piernas. Por eso nunca siento nada. Salvo esta tortura del sueño.
NORMA: - Tendrías que ver a un psiquiatra.
MARTA: - Roncás.
NORMA: - ¿Yo?
MARTA: - Sí.
NORMA: - No puede ser.
MARTA: - Sí, puede.
NORMA: - Pero, ¿cómo es el ronquido?
MARTA: - Raro. Qué sé yo... por ahí venís con todo y de golpe...
NORMA: - ¿De golpe qué?
MARTA: - Parás en seco.
NORMA: - (Asustadísima) Me bajó la presión.
MARTA: - ¿Otra vez?
NORMA: - Es el PVM. Se me está agravando. Ya sabía, ya sabía...
MARTA: - Ojalá yo roncara.
NORMA: - Dame las gotas.
MARTA: - ¿Y si tomás sal?
NORMA: - ¡Qué sal! Dámelas.
Marta le da la cartera. Norma busca y toma un chorro de un gotero.
NORMA: - Igual, mejor. Ya había sacado turno. Así mato dos pájaros de un tiro: el que te saca el E.C.G. es una bomba.
Norma saca una agenda y despliega gran actividad.
MARTA: - ¿Estás bien?
NORMA: - Bárbaro. ¿Qué son esas cajas?
MARTA: - (Con vergüenza) Ah, pasa que ayer, cuando dormías... me pedí una pizza.
NORMA: - Sos una chancha. ¿Y las llaves?
MARTA: - La pasó entre los barrotes.
NORMA: - ¿Estaba bueno el repartidor?
MARTA: - Y... estaba oscuro.
NORMA: - Mejor que no lo viste. Una vez me enamoré de uno, un pendejo. Pedí pizza una semana seguida. Ya lo tenía, ya lo tenía, hasta que descubrí que había engordado dos kilos. La corté de cuajo.
MARTA: - ¡Qué consecuente que sos, Norma! Yo no sé cómo hacés. Una sola vez estuve flaca.
NORMA: - ¡Me acuerdo! Fue cuando te largaron. Estabas divina. Una cinturita...
MARTA: - Quince kilos menos tenía.
NORMA: - Tendrías que haber aprovechado esa oportunidad. Hay cosas que no se dan dos veces en la vida.
MARTA: - Eran otras épocas, qué querés... más movimiento.
NORMA: - Te abandonaste. Eso no se hace.
Norma canta.
MARTA: - ¿Hay sol?
NORMA: - No sé. ¿Te creés que me importa el sol? Trabajé años en un subsuelo. Le veía los pies a los que pasaban. De vez en cuando algún chico se agachaba y espiaba, así veía una cara.
MARTA: - ¡Qué lindos los chicos! Yo quisiera tener uno. Para quedármelo. (Intencionada) ¿Y vos?
NORMA: - No.
MARTA: - ¿Cómo no?
NORMA: - (Se toma otro tipo de pastilla) No.
MARTA: - (Por las pastillas) Ay, yo ésas las dejo al lado del cepillo de dientes. Es infalible, no te olvidás.
NORMA: - ¿Para qué tomás si querés un hijo? Pasame mi rutina. Es facilísimo tener uno.
MARTA: - Bueno, pero sola no.
NORMA: - Sola no vas a poder. Aunque te lo inyecten, un tipo va a haber.
MARTA: - (Le pasa una planilla) Ah, vos de eso debés saber, ¿no?
NORMA: - Si yo nunca trabajé en el servicio de ginecología. (Leyendo) Che, esto está cada vez peor... se les va la mano.
MARTA: - No, lo digo por... (Norma la mira. Se corta) ¿Vos sabés si... los cosos esos... se contagian?
NORMA: - ¿Qué cosos?
MARTA: - Esos quistes... gordos, que se ven de afuera.
NORMA: - ¿Tenés un quiste? ¿Dónde?
MARTA: - No, yo no, el paisano... tenía uno que le sobresalía.
NORMA: - ¿De dónde, Marta? Era hidatidosis... ¡sí! Todo cierra: el campo, el perro, la quinta... ¡Equinococcus granulosus! (Festeja el descubrimiento) De cajón.
MARTA: - ¿Se va a morir? ¿Y me contagió?
NORMA: - (Contenta) ¿Cómo era de grande?
MARTA: - Y... se confundía con el ...¿cómo se dice? Testículo. Era como un... huevo, pero de ñandú. ¿Es contagioso?
NORMA: - Ay, Marta... tendría una orquitis. Esa gente hace mucha fuerza.
MARTA: - ¿Me contagió?
NORMA: - No, no. Yo pensé que era un quiste hidatídico, qué lástima. Pero, ¿no era que habías ido a tomar mate?
MARTA: - Y... sí.
NORMA: - (Se pone en una máquina, hace mucha fuerza levantando las pesas) Qué mateada, ¿eh? ¡Y con lluvia! ¿Cómo se llamaba, el paisano?
MARTA: - No... no me acuerdo.
NORMA: - Vos te prendés con cualquiera. ¿Qué te pasa?
MARTA: - (Enojada y disimulando) Nada. Que se me olvidan los nombres.
NORMA: - ¿Por qué pusiste esa cara?
MARTA: - No sé. ¿Qué cara?
NORMA: - Vamos, Marta, te molestaste.
MARTA: - Y sí. Todo lo que te cuento, te da risa.
NORMA: - Ah, bueno, bueno... Siempre venís con una nueva, por eso.
MARTA: - No, siempre no. Hoy. Vos peor, que nunca contás nada.
NORMA: - Yo cuento lo que quiero.
MARTA: - Mmmm.
Pausa.
NORMA: - Bueno, ¿lo pasaste bien? Con el paisano, digo.
MARTA: - ¿En qué sentido?
NORMA: - Sexo. ¿De qué hablamos?
MARTA: - Yo no sé de qué hablás vos.
NORMA: - No te preocupes, che, algo casual está bien, de vez en cuando.
MARTA: - Vos te preocupás. Debés tener miedo de que se me gaste.
NORMA: - Eh, pará la mano, ¿yo qué te hice?
MARTA: - (Se sube a una bicicleta) Hoy me voy más cerca. A Magdalena. Me gusta. ¿A vos te gusta Magdalena?
NORMA: - No me acuerdo mucho.
MARTA: - Qué no te vas a acordar si Chichilo tenía casa allá.
NORMA: - (Extrañada) Sí... cerca del regimiento.
MARTA: - Un chalet... tenía tejas verdes, ¿no? y una de esas plantas que tienen la campanilla anaranjada. Hermosa la planta.
NORMA: - ¿Cómo sabés?
MARTA: - No sé, Norma. (Acentuando deliberadamente el disimulo) ¿Habré visto una foto?
Marta se pone a pedalear, ignorando a Norma, que se queda mirándola con un pie apenas apoyado.
MARTA: - ¿Qué hacés parada así? Parecés una cigüeña.
NORMA: - Me doblé el pie.
MARTA: - ¿Hoy?
NORMA: - Hace un rato. Me quise asomar porque escuché los perros, pero me caí del step.
MARTA: - Tené cuidado, que ya te quebraste una vez. ¿Estaba?
NORMA: - No alcancé a verlo.
MARTA: - Se corta demasiado el pelo. Me encanta cómo le queda la camperita. Hermosa le queda.
NORMA: - Es una chaqueta. ¿Cuántos años tendrá?
MARTA: - Veinticinco.
NORMA: - ¡Eh! Parece más.
MARTA: - No, parece menos. ¿Te molesta?
NORMA: - Sí, podría tener treinta, aunque sea.
MARTA: - El pie, te digo.
NORMA: - Me tomé un desinflamatorio.
MARTA: - (Dejando la bicicleta) Ay, yo no tengo ganas de nada hoy...
NORMA: - (Toma un centímetro y se mide la cadera, la cintura, el pecho) No te conviene aflojar... después va a ser peor.
Pausa.
MARTA: - ¿Sería del otro?
NORMA: - ¿Qué?
MARTA: - La agenda.
NORMA: - ¿De qué otro hablás?
MARTA: - Del profesor de antes. El que desapareció de un día para otro.
NORMA: - ¿Cuál, Marta?
MARTA: - El que tenía el bigote así. Raro.
NORMA: - ¡Qué sé yo! Ya no está más. (Se pesa) Muy bien, muy bien.
MARTA: - No me digas que la tiraste.
NORMA: - Vení, pesate.
MARTA: - No, que ayer comí pizza. (Asustada) ¿La tiraste?
NORMA: - No. La prendí fuego.
MARTA: - Tendría que haberla guardado yo, en lugar de dártela... (Reaccionando) ¿¡También quemaste el cartel de “Tiempo y Esfuerzo”!?
NORMA: - No. Se me mojó con el chorro de la botellita.
MARTA: - ¿Sabés que nos pueden hacer un agujero? No jodás.
NORMA: - ¿Qué me decís a mí? Si nos joden es por vos, que te estás tirando a chanta.
MARTA: - No, nada que ver.
NORMA: - Ah, ¿no? ¿Y la pizza de ayer? ¿Y tu rutina? Acá se viene a sufrir, querida. Si no colaborás, te mandan a otro lado. Tenelo claro.
Entra un papel por debajo de la puerta del baño turco. Se enciende una luz roja. Se miran.
NORMA: - Agarralo, Marta. Es para mí.
MARTA: - ¿Qué sabés?
NORMA: - Clavado. Fijate.
MARTA: - (Lo toma y lee) Tenés razón. ¿No podés hacerlo sola?
NORMA: - Tenés que supervisarme. (Palmea, contenta) ¡Por fin! ¡Estaba esperando este momento hacía un montón!
Marta la mira sin comprender su alegría. Norma baila, salta, se ríe.
MARTA: - Cuidado con el pie.
NORMA: - ¿Qué pie? (Para bruscamente) ¿Qué dice?
MARTA: - Colocarse la faja de goma y el traje plástico.
NORMA: - (Buscando) ¿Qué más me pongo?
MARTA: - No dice nada más.
NORMA: - (Se viste) Ah, yo le agrego el enterito de lana...
MARTA: - ¿No te sacás las calzas?
NORMA: - No, van abajo.
MARTA: - No dice nada de un enterito.
NORMA: - No importa, cuanto más sudás, mejor es. ¿Y ahora?
MARTA: - Caminata en cinta.
Se sube a la cinta y empieza a correr mientras se termina de vestir.
MARTA: - Norma, caminando.
NORMA: - Yo corro, es mejor.
MARTA: - Acá dice que camines.
NORMA: - ¿Pusiste el cronómetro?
MARTA: - Sí, pero tenés que caminar.
NORMA: - Qué me importa.
MARTA: - Haceme caso. Después se la agarran conmigo.
NORMA: - No pasa nada, cagona.
Marta no sabe qué hacer. Norma corre cada vez más rápido. Marta se sube a la cinta para que frene un poco.
NORMA: - ¡Buenísimo! Cuanto más peso, mejor. Y vos tenés de sobra. Aquella vez que te tuvimos que subir a la camilla... ¡qué joder, parecía que pesabas doscientos veinte kilos! Tras que sos gorda, medio inconsciente. Lo único que decías era “...agua, agua...”. Nunca vi una mina tan floja. Una cosa de nada... con ese kilaje estabas para soportar una sesión mucho más larga. ¡Y no sabés Chichilo! Se le salió la hernia... casi se le estrangula.
Marta se baja y desconecta la cinta.
NORMA: - ¿Qué hacés, enferma? Enchufame la máquina.
MARTA: - No me hacés caso.
NORMA: - Estoy superando la propuesta, ¿qué te calienta?
MARTA: - Soy tu supervisora. Tenés que respetarme.
NORMA: - Vos sos una plasta. No me podés decir a mí lo que tengo que hacer.
MARTA: - Hago lo que dice el papel. No lo inventé yo.
NORMA: - ¡Más vale!
MARTA: - ¿Querés reventar?
NORMA: - No seas exagerada. (La luz parpadea) Dale, metele que se me va el tiempo.
MARTA: - (Lee) ¿Eh? No, esto no. Es una animalada.
NORMA: - ¿El qué? Decime, madre.
MARTA: - No.
NORMA: - ¿Quién te entiende? Ahora te hago caso.
MARTA: - No me importa. Estás bajo mi responsabilidad.
NORMA: - ¡Marta, no me hagas esto! ¡Tengo que hacer todo!
MARTA: - ¿Quién lo dice?
NORMA: - ¡Si dejo algo sin hacer, andá a saber las consecuencias!
MARTA: - Te va a bajar la presión.
NORMA: - No importa. ¿Qué es?
MARTA: - Baño turco. A full.
NORMA: - (Contentísima) Pasame las gotas que entro.
MARTA: - ¿Estás loca?
NORMA: - Te abre los poros y salen todas las toxinas, dale, apurate.
MARTA: - (Agarra la cartera de Norma) Ni en pedo.
NORMA: - Vení para acá. Vos no podés hablar, no tenés conducta.
MARTA: - Estás por hacer una cagada.
NORMA: - Vos no sos nadie, Marta, no existís. Sos una pobre mina. ¡Dame el gotero!
MARTA: - (Incrédula) ¿Qué... qué me dijiste?
NORMA: - Si es cierto. Mirate. ¿Cómo pensás que hice estas piernas? Las tuyas parecen dos maceteros. Estás destruída. Tocame acá (Por los bíceps) Los tengo de piedra.
MARTA: - (Va a tocarla y se arrepiente) ¿Sabés qué? (Con una seña hacia la pelvis) ¡Agarramelá!
Se mete en el baño turco con la cartera. Traba la puerta y empieza a tragar pastillas.
NORMA: - ¡Marta! ¡Abrime, estúpida! Sacá la traba... ¡Marta! ¡Dejá mis pastillas! (Golpea la puerta, la patea) Me cago en vos. ¡Abrime! Me arruinaste todo, imbécil. Abrí, te digo.
MARTA: - (Abriendo un poco) Pedime perdón.
NORMA: - Dame las pastillas. Tengo una taquicardia terrible.
MARTA: - Es el calor. ¿Qué te dije? Te hizo mal.
NORMA: - No, no es el calor. Me hiciste agarrar un disgusto. Es tu culpa.
MARTA: - Pedime. Pedime perdón.
NORMA: - ¡Qué malasangre! ¿Tanto te cuesta colaborar?
MARTA: - (Le da el frasco) Bueno, está bien. Te perdono.
NORMA: - ¿Una sola dejaste, madre? (La traga)
MARTA: - No quedaban muchas. Tenés que conseguir más.
NORMA: - ¿Ves? Se apagó. Después no protestes. (Entre dientes) La puta que te parió.
MARTA: - Te vi, Norma. Te leí los labios.
Norma empieza a sacarse lo que se puso antes. Entra un papel por debajo de la puerta. Se prende la luz nuevamente. Norma lo toma.
MARTA: - ¿Otra vez?
NORMA: - Rutina nueva. Para vos.
MARTA: - ¿Por qué? ¿Yo qué hice?
NORMA: - Encima preguntás. Sos incorregible, Marta. Hubieras pensado antes. Ahora es tarde, no tenés alternativa.
Marta se levanta y va hacia la puerta del baño turco. Norma la agarra antes de que llegue.
NORMA: - ¿A dónde vas?
MARTA: - Quiero ver quién vino.
NORMA: - ¿Para qué querés saber? Mejor no mires.
Forcejean.
MARTA: - Quiero ver.
NORMA: - ¡Te digo que no! No te sirve de nada y te va a comprometer.
Marta se resigna.
NORMA: - ¿Estás lista? Tenés que tomar dos litros de agua.
MARTA: - ¿No es mucho?
NORMA: - No, es lo reglamentario.
Marta saca una botella, la mira y no se anima a tomar.
NORMA: - Tomá, Marta. Aprovechá.
MARTA: - ¿No me hace mal?
NORMA: - Ahora no. Y cuanto antes empieces, mejor.
Marta toma un trago.
NORMA: - Dale, nena.
MARTA: - Me da miedo (Toma otro) Esto me lo hacen a propósito.
NORMA: - Marta, no seas perseguida. Sufrís de "M.P.O.".
MARTA: - ¿Qué cuerno...?
NORMA: - "Maníac Persecútori Obséyon". Tomá y callate.
MARTA: - ¿Dice ahí que me calle? No me callo un pomo.
NORMA: - Hacé caso, Marta, no jodas más. No te hagás la rebelde.
MARTA: - ¿Qué más dice?
Norma lee la planilla y la mira.
MARTA: - ¿Qué?
NORMA: - Vos tomá.
MARTA: - ¿Es mucho?
NORMA: - Bastante. Dos litros.
MARTA: - No, lo que tengo que hacer.
Norma no le contesta. Marta se desespera.
MARTA: - ¿Por qué a mí?
NORMA: - Terminala. Es así. Hacé de cuenta que estás en terapia intensiva, no tenés más remedio que bancártelo.
MARTA: - Quiero ir al baño.
NORMA: - Todavía no. Retené.
Norma saca una soga y se la muestra. Marta mira aterrorizada, da un paso atrás.
MARTA: - No, vas a volver a cometer un error. Yo te perdoné, Norma, somos amigas.
NORMA: - Por eso mismo.
MARTA: - Pero yo soy joven. (Corrigiéndose) Bueno, también soy joven. Estoy gorda, solamente.
NORMA: - De eso se trata.
MARTA: - ¡¡¡No podés ahorcarme porque estoy gorda!!!!
NORMA: - ¿De qué hablás? Agarrá la soga y saltá.
Le revolea la soga. Marta se alivia, pero inmediatamente desespera.
MARTA: - ¿Ahora tengo que saltar? ¡Tengo la vejiga llena!
NORMA: - Estás en proceso, Marta, tenés que desintoxicarte. Tenés mucha porquería adentro.
MARTA: - Pero yo no puedo saltar así.
NORMA: - ¿A que el paisano te dio chorizo seco? Estás llena de Trichinella spiralis.
MARTA: - Voy al baño.
NORMA: - No, no vayas. No se puede.
Marta se avalanza sobre la puerta que da al baño turco. Toca el picaporte y grita.
MARTA: - ¡Me pateó! ¡Me pateó el picaporte!
NORMA: - Te dije que no podías ir. ¿No ves que está la traba?
MARTA: - ¿Qué pasa? ¿Están arreglando el tanque?
NORMA: - Es posible. Vamos, aprovechá la oportunidad que te dan.
MARTA: - ¿O pintando?
NORMA: - No sé ni quiero saber. No es mi problema. (Empujándola) Dale, saltá.
MARTA: - ¿Y vos no hacés nada?
NORMA: - Tengo que controlar. (Persuasiva). Saltá, Marta. Es lo mejor para vos.
Marta despliega la soga y salta, con la cara contraída por el dolor.
NORMA: - Resistí, Marta. Resistí.
Marta se mea encima.
MARTA: - No pude. No pude.
NORMA: - (Impávida) Es tu única oportunidad de recuperarte, Marta. La que sigue tenés que lograrla.
MARTA: - Pero a mí no me interesa...
NORMA: - Sos desastrosa. Ni un objetivo tenés en la vida. ¡Ponete una meta!
MARTA: - Bueno, pero... (Mira la luz encendida, agarra una toalla y se tapa la ropa meada) ¿Qué es?
NORMA: - Lo siento, Marta. Tenés que entrar en el flotario.
MARTA: - ¿¿¿Qué???
NORMA: - No pasa nada, son cinco minutos.
MARTA: - No. (Se queda inmóvil, aterrorizada). No.
Norma trata de moverla de su posición, pero Marta está paralizada. Norma desiste y vuelve a la carga. No la mueve.
NORMA: - Marta, Martita... hacelo por mí. (La abraza). Dale, movete...
MARTA: - No puedo, Norma. Es superior a mis fuerzas.
NORMA: - Es necesario, madre, metete... es un ratito, nada más.
MARTA: - ¿Y si acepto?
NORMA: - (Feliz) ¿Vas a entrar?
MARTA: - No. Pero quiero saber.
NORMA: - Lo tenés que hacer igual.
MARTA: - ¿Por?
NORMA: - Bueno... por los puntos.
MARTA: - ¿Qué puntos?
NORMA: - (Minimizándolo) Ya sabés, Marta. No te hagás la tarada.
MARTA: - ¿Estás juntando puntos a costa mía?
NORMA: - Bueno, no, no es tan así.
MARTA: - ¿Cuántos ganás por meterme en el flotario? (La empuja y la sigue, amenazante) ¿No te fue suficiente el dos por uno? ¡Sos insaciable!
Ladran los perros. Norma se desespera por ir a ver pero tiene a Marta en el camino.
MARTA: - ¿Querés ver al pendex? (No se mueve) Pasá, pasá...
NORMA: - Correte, Marta.
MARTA: - Si hay lugar. Pasá tranquila, ¿qué te puedo hacer? (Ladran más cerca. La goza) Uy, que cerquita que está... ¡Es rubio natural! Se le ve el color de los ojos. Tan lindo que es... la carne dura, el culito parado, todos los dientes. ¿Querés verlo? Vení... ¿no querés? Es hermoso... ¡parece un ángel!
Marta la arrastra hasta la ventana y le pega la cara contra el vidrio. Norma no puede ver, aunque hace esfuerzos. Marta le da besos, se apoya brutalmente sobre ella.
MARTA: - ¿No es divino el pendejito? Qué linda pareja harían, ¿no? ¿Cuántos puntos te adjudicaría tirarte al nene? Y vos acá... no lo podés tocar... te morís de ganas, pero no podés. (Los ladridos se alejan) ¡Uy, se le ve el boxer cuando corre! (Lo sigue con la mirada) Se va... se fue. ¡Qué pena! Te lo perdiste.
Marta suelta a Norma, que se desmorona y cae de rodillas al piso. Se apaga la luz roja. Marta se sienta.
NORMA: - Esta me la pagás. Te lo juro.
MARTA: - (Encogiéndose de hombros) Uh, eso lo escuché más veces...
NORMA: - (Agarrándose las tetas) Me las corriste de lugar. Envidiosa.
Marta no le presta atención. Pausa.
MARTA: - ¿Escuchás algo? ¿Qué pasará?
NORMA: - ¡Qué manía por averiguar, tenés!
MARTA: - ¿Y ahora? ¿Qué se hace?
NORMA: - No me preguntes como si yo supiera todo, Marta. Esperá.
MARTA: - Ojalá sea la última. Nunca es la última...
NORMA: - (Se tira a hacer abdominales) ¡Qué poco nervio que tenés!
MARTA: - ¿Eh?
NORMA: - Nada, nada. Con vos no se puede hablar. (Pausa) ¿Eran azules, no? Los ojitos.
Marta se ríe, gozándola, y no le contesta. Lentamente cede su tentación de risa, y se calma. Norma está furiosa pero se controla. Marta se cambia la ropa.
MARTA: - ¿Vos te jubilaste?
NORMA: - (Cargadísima) Che, ¿qué te dije de la edad?
MARTA: - Hay gente que se jubila temprano. La que vivía casa por medio, por ejemplo.
NORMA: - Sería por incapacidad. Vení, sosteneme los pies. Estaría enferma.
MARTA: - Se agarró Sindrome de Down. "S.D.D."
NORMA: - ¡Ja! Eso es imposible.
MARTA: - Te juro, tuvo un accidente y quedó mogólica.
NORMA: - Marta, tenés que leer más, a veces decís cada cosa que...
MARTA: - Vos no leés. Repetís, nada más. Parecés el loro de Chichilo.
NORMA: - ¿Otra vez? ¿Qué pasa con Chichilo?
MARTA: - Eso, ¿qué pasa? No trabajás más con él y no te jubilaste.
NORMA: - Para hacer la facturación no tengo que estar en el hospital. Fue por las várices, no es bueno estar de pie.
MARTA: - ¿Tantas várices tenés? No doy más.
NORMA: - Uf. ¿Te muestro?
MARTA: - No, que me impresionan. Pero...
NORMA: - (Se yergue y se sostienen la mirada) ¿Qué?
MARTA: - No, nada... pensaba. Cómo es, ¿no?
NORMA: - ¿Qué cosa?
MARTA: - Y... eso.
NORMA: - ¿Pero qué?
MARTA: - El amor. Eso.
NORMA: - ¿Qué tienen que ver las várices con el amor?
MARTA: - (Misteriosa) Ah...
NORMA: - Vos no estás bien.
MARTA: - ¿Me tomo otra pastilla?
NORMA: - Por mí...
Desarman. Marta se toma un par de pastillas.
NORMA: - (Por la salida de baño) ¿Te vas a quedar así todo el día?
MARTA: - Sí, si no voy a salir.
NORMA: - Vestite, por lo menos. Te vas a deprimir.
MARTA: - No. No sé qué es deprimirse.
NORMA: - Para mí, tenés que ver un analista. Vos te guardás mucho las cosas.
MARTA: - ¿Yo? Es la primera vez que me lo dicen.
NORMA: - Desde hoy que me estás queriendo decir algo.
MARTA: - Ah... por eso.
NORMA: - Marta... te conozco. ¿Es sobre el paisano? Te juro que no era contagioso.
MARTA: - No.
NORMA: - Entonces.. ¿qué es?
MARTA: - No, es que... (Se toma otras dos pastillas)
NORMA: - ¿¿¿Qué????
MARTA: - ¿Vos me ocultás algo?
NORMA: - (Dudando) Bueno... ¿algo como qué?
MARTA: - Algo de tu trabajo.
NORMA: - (Buscando cómo salirse) Ya te dije que no trabajé en obstetricia.
MARTA: - Ya sé. Si no, hubieses zafado.
NORMA: - ¿Eh?
MARTA: - Ya sabés, lo del chico.
NORMA: - (Algo incómoda, empieza a golpear progresivamente una bolsa de boxeo) Eso fue un accidente.
MARTA: - ¿Lo abandonaste?
NORMA: - Sí.
MARTA: - ¡Cómo pudiste, por Dios!
NORMA: - Me costó, ¿pero qué iba a hacer?
MARTA: - Y, qué sé yo... pedir ayuda.
NORMA: - Pedí ayuda. Años estuve en terapia.
MARTA: - Me imagino... no es para menos.
NORMA: - Me obligó.
MARTA: - ¿Quién te obligó? ¡Qué coraje!
NORMA: - El médico.
MARTA: - ¡Con una criatura!
NORMA: - Eh, che...tampoco para tanto. (Deja de escuchar a Marta) Yo muchas veces pensé...
MARTA: - No hay caso, los hombres no tienen instinto maternal. ¿Pero cuándo fue?
NORMA: - ...si nunca lo hubiera visto trabajando, a lo mejor...
MARTA: - ¿Ya está empleado? (Saca cuentas)
NORMA: - ..si ese día hubiese faltado, tal vez ahora estaría con él.
MARTA: - Estás a tiempo, recuperalo.
NORMA: - Ese pendejo me volvía loca.
MARTA: - Che, un hijo es un hijo. (Toma más pastillas, llora)
NORMA: - Era espantoso.
MARTA: - Todos los recién nacidos son feos.
NORMA: - Salí y vomité.
MARTA: - Bueno, ¡qué exagerada!
NORMA: - El olor a muerto es algo terrible. Después lo sentía en sus manos, en la boca cuando me besaba. Yo sabía, pero verlo trabajar... meter... sacar... No, no pude seguir más con él. (Grita y le pega con todo a la bolsa) ¡Yo no quería entrar en la morgue! (Desorbitada) ¡Dame el casco de realidad virtual!
MARTA: - (La mira aterrorizada, le alcanza un casco, se toma dos pastillas más) La morgue... ¿Lo habrán matado?
NORMA: - (Se pone el casco y recita un libreto de relajación, con los dedos pulgar y mayor juntos. No se escuchan entre sí) Llevame, casco, llevame lejos.
MARTA: - Yo siempre dije que ese Chichilo era un hijo de puta...
NORMA: - Estoy paseando por la orilla del mar.
MARTA: - ...y nunca falta un roto para un descosido.
NORMA: - La espuma lame lentamente las plantas de mis pies.
MARTA: - Todos son iguales, te usan...
NORMA: - Las gaviotas despliegan su vuelo magnífico sobre mi cabeza.
MARTA: - ...y te cagan, te cagan.
NORMA: - La brisa es cálida, no siento frío ni calor.
MARTA: - (Empieza a bostezar, de a poco) Y el turro, ni una palabra me dijo.
NORMA: - Me recuesto en la arena tibia.
MARTA: - Mirá que se lo pregunté, y me lo negó.
NORMA: - (Modificando la forma de decir porque empieza a escuchar a Marta) Me hundo suavemente en ella.
MARTA: - Al final, a mí también me cagó.
NORMA: - (Se saca el casco) ¿El pendejo? ¿El forense?
MARTA: - Chichilo y la puta que te parió... (Se adormece)
NORMA: - ¿Qué dijiste? ¡Marta! ¿Qué tiene que ver Chichilo?
Marta murmura incoherencias, intoxicada.
NORMA: - (La sopapea) ¿Quién te cagó, Marta? (Marta no contesta, Norma le toma el pulso) Un poco más. (Vuelve a cachetearla, Marta reacciona)
MARTA: - (Balbucea) ¿Por qué no me dijiste?
NORMA: - ¿Qué?
MARTA: - (Masculla sin sentido) Del bebé... por qué ...
NORMA: - No te entiendo nada... ¡por qué no me habrás enseñado a leer los labios!
MARTA: - (Balbucea) Vos no me contabas nada... y yo me acosté con Chichilo para enterarme...
NORMA: - (Asqueada) ¡Marta! ¡Con ese viejo fulero! Te pagó.
MARTA: - Vos te acostaste gratis.
NORMA: - ¿Estás loca?
MARTA: - (Claramente) Y no es viejo. (Con intención) Tiene tu edad.
NORMA: - (Pegándole unos cachetazos) ¿Cómo? ¿Qué decís? ¿Qué te pasa a vos? (Ayudada por los sopapos Marta se duerme profundamente. Norma se asusta) Marta... ¡Marta! (Ve el frasco vacío y lo sacude) ¡Se tomó todo! Se está descompensando, dice incoherencias... ¡La perdemos, la perdemos! (Le hace masaje cardíaco y respiración boca a boca) ¡No me dejes... te necesito! (Marta le pone una mano en la nuca y aprieta el beso. Norma forcejea, asustada. Se separan y se miran).
MARTA: - (Recuperada) ¿Vos estás enamorada de mí?
NORMA: - Creo que no.
MARTA: - Bueno, entonces dejame dormir...
Norma la sostiene abrazada. Marta se queda con los ojos abiertos y la mirada fija en el vacío. Una luz muy potente, como de reflector ilumina progresivamente la escena.
MARTA: - Está el ángel... se arrodilló... me mira fijo... ¡me está apuntando!
NORMA: - Martita, nena... te pasaste de rosca. ¡Tenés que tener cuidado!
MARTA: - ¿Ves la luz? Es el túnel, Norma... el túnel...
NORMA: - Pero no, qué decís. Es la que usan afuera.
MARTA: - ¿Y la otra? ¿La roja?
NORMA: - Estamos en receso, no te preocupes. Descansá, linda, descansá que yo te cuido. Yo te cuido.
Marta permanece con la mirada fija y la boca semiabierta.
NORMA: - (Dirigiéndose a la luz roja) Yo no estoy enamorada de ella, ¿no? (Se escucha por altoparlante "Va pensiero". Cierra los ojos, disfrutando) Ah... menos mal... Ya me parecía raro un día sin música. (Tararea) ¿Ésta cuál era? Marta, Marta... justo ahora te dormís... ¡justo cuando pasan nuestra canción!
La luz del reflector se intensifica al máximo y quema la imagen de ambas. Apagón.
(*) Esta obra fue concebida para ser puesta en escena en el interior de un gimnasio de aparatos. Sin embargo, acepta ser trabajada también en un escenario teatral.